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De la melancolía a la violencia neuronal

Por: Redacción CENTRAL 09 junio 2017 • 5 minutos de lectura

La melancolía, ahora llamada depresión, parece una moda nuestro tiempo pero, ¿podríamos rastrear la historia de un estado de ánimo? ¿Por qué nos sentimos abatidos?

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Fotos: StockSnap.io
Melancolía

Por: Nat Rivera

Existen conceptos que surgen en un ámbito del conocimiento diametralmente opuesto, al menos en teoría, al que, con el tiempo, los adopta y paradójicamente resulta la tierra más fértil. Así sucedió con la melancolía, cuyos inicios se hallan en la medicina, pero fue el arte quien la arropó y ha dado los mejores frutos, ya sea en el ámbito literario, plástico o musical.

No obstante, reducir la melancolía a un concepto sería simplificarla a tal grado que nos impediría comprender su esencia. Más que una definición, la melancolía se ha configurado como un mito, como nos invita a verla Roger Bartra: “como un mito de larga duración, un mito con 2,500 años de historia, un enjambre de ideas”.

La teoría de los humores refiere la existencia de cuatro sustancias que definen el temperamento dominante de las personas, el cual se correspondía con una estación del año y un elemento; es decir, el malestar físico y mental de una persona se conectaba con la estructura del cosmos. Dentro de esta teoría se dice que todos poseemos una mezcla de los cuatro humores, y ninguno en sí mismo es causa de enfermedad, pues idealmente existe un equilibrio entre ellos. La enfermedad surge si se pierde el balance o uno de los humores se quema, ya que se convierte en una bilis negra que sí es causante de enfermedad.

Triste
Triste

Hasta aquí tenemos dos tipos de bilis de negra y, por tanto, dos tipos de melancolía: una derivada de la quema de los humores la cual, dependiendo del órgano donde se haya llevado a cabo la combustión, produce enfermedad y, sobre todo, es pasajera. Y la segunda, la del otro melancólico “el que lo es por naturaleza, no por enfermedad” una con la que la persona nace, que da como resultado una actitud ante la vida, una manera de ver el mundo. En la entrada 28 de El libro del desasosiego, Pessoa intenta definir este estado: “Me duele un sentimiento que desconozco; me falta un argumento, no sé sobre qué; no tengo deseo en los nervios. Estoy triste por debajo de la conciencia”.

Ése “no sé sobre qué” nos da una característica de la melancolía: nadie sabe su origen, se le puede rodear pero no atrapar, se trata de una tristeza que surge desde dentro; como si la tristeza estuviera por debajo de todo y fuera la locación donde se desarrolla por encima la vida.

Aristóteles es de los primeros en unir la melancolía con el genio, idea que se retoma en el Renacimiento y vive su mayor esplendor en el Romanticismo europeo con Nerval o Jean Paul con versos como “–¡Jesús!, ¿es que no tenemos padre? / Y llorando a lágrima viva, Jesús respondía: / –To- dos nosotros somos huérfanos, ni yo ni vosotros tenemos padre”. En ese momento la melancolía sale del campo de la medicina y expande sus tentáculos al arte.

Triste 2
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¿Por qué nos deprimimos hoy?


Así como Pessoa nos lanzó un dardo para definir la melancolía “una nada que duele”, el filósofo coreano Byung-Chul Han, en su libro La sociedad del cansancio, aventura una de las teorías más acertadas: “Toda época tiene sus enfermedades emblemáticas. Así, existe una época bacterial que, sin embargo, toca su fin con el descubrimiento de los antibióticos […] El comienzo del siglo XXI, desde un punto de vista patológico, no sería ni bacterial ni viral, sino neuronal. Las enfermedades neuronales como la depresión, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), el trastorno límite de la personalidad (TLP) o el síndrome de desgaste ocupacional (SDO) definen el panorama patológico de comienzos de este siglo”.

¿Pero cuál es el mecanismo que dispara este gatillo? Byung-Chul sugiere que vivimos en una “sociedad del rendimiento”, donde constantemente se nos dice que “podemos hacer” y esta positividad hace que crezca en nosotros el miedo a “no poder hacer”: vivimos preocupados por rendir lo suficiente y cumplir con todos los parámetros sociales. El cambio más interesante se halla en la estructura social: si antes vivíamos bajo un esquema amo-esclavo, ahora hemos interiorizado al tirano y al ser obediente; somos nosotros mismos quienes nos exigimos y ponemos metas inalcanzables “vivimos para el trabajo sin necesidad de que el amo lo recuerde”, vivimos autoexplotados.

Carlos Olivares Baró con Ana y Mónica Garza y Sergio Nates.
Carlos Olivares Baró con Ana y Mónica Garza y Sergio Nates.

Nos encontramos dentro de un sistema darwiniano donde sólo el más apto sobrevive, y si no eres apto entonces no tienes derecho a pertenecer. El esfuerzo que requiere mantenerse dentro de esta sociedad es exhaustivo, a eso hay que agregarle la cantidad de información con la que el sistema nos satura y debemos procesar; ello hace que no tengamos tiempo para el otro: “Dado que todos se explotan, nadie soporta a nadie […] La sociedad disciplinaria de Foucault, que consta de hospitales, psiquiátricos, cárceles, cuarteles y fábricas, ya no corresponde con la sociedad de hoy en día. En su lugar se ha establecido desde hace tiempo otra completamente diferente, a saber: una sociedad de gimnasios, torres de oficinas, bancos, aviones, grandes centros comerciales y laboratorios genéricos […] La sociedad de rendimiento se caracteriza por el verbo modal positivo poder (können) sin límites. Su plural afirmativo y colectivo, yes, we can, expresa precisamente su carácter de positividad. Los proyectos, las iniciativas y la motivación reemplazan la prohibición, el mandato y la ley. A la sociedad disciplinaria todavía la rige el no. Su negatividad genera locos y criminales. La sociedad de rendimiento, por el contrario, produce depresivos y fracasados”, afirma Byung-Chul.

Digamos que a través de la historia la melancolía ha pasado de la contemplación del mundo como realmente es, a la contemplación de uno mismo y, actualmente, a la no contemplación del ser: lo que nos ha traído como resultado, según Byung-Chul Han, una involución del ser, nos ha convertido en seres más primitivos, preocupados y ocupados en múltiples tareas a la vez para lograr sobrevivir en un mundo rapaz e insensible. Podríamos decir que la melancolía fue el humor que alimentó el romanticismo europeo y nos dejó Las desventuras del joven Werther, a Baudeleaire, Nerval o Jean Paul; la era de la depresión nos obsequió a Paulo Coelho, y la era del cansancio deriva en Zona Maco y sus incomprensibles obras de arte. ¡A veces cuesta creer que sea mentira que toda época anterior fue mejor!

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