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¿El último pueblo perdido?

Por: Redacción CENTRAL 20 agosto 2017 • 7 minutos de lectura

Con toda la tecnología de geolocalización, fotografía satelital y demás instrumentos que ahora se emplean para acceder a cualquier rincón del planeta, parecería imposible imaginar que aún exista algún lugar intocado por la humanidad tecnificada. He aquí cuanto se sabe —hasta ahora— del que podría ser el último pueblo perdido de la Tierra

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Foto: Getty Images
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Por: Fernando Montes de Oca Sicilia*

Se trata de una isla salvaje ubicada en los trópicos del Océano Índico, o dicho de otro modo, en los confines de la Tierra, si se considera el archipiélago indio de las islas Andamán como tal. Este recóndito y exótico lugar se usó durante décadas —desde 1858 hasta los albores de la II Guerra Mundial—, como destino penitenciario y de trabajos forzados —tala de árboles— para todos aquellos descontentos que tenían la osadía de amotinarse contra la presencia imperial británica en la India.

Los primeros encontronazos de los casacas rojas con las tribus nativas de Andamán —unos 10 mil individuos aproximadamente—, fueron reportados como muy violentos; si bien fueron pacificadas e integradas con el tiempo, siempre quedó aislada aquella isla, un pedazo de tierra habitada en el extremo occidental del archipiélago, que ha mantenido, hasta hoy, una violabilidad cercana a cero, por parte de la civilización contemporánea. Esto la convierte, tal vez, en la última población nativa aislada que, además, rechaza cualquier tipo de injerencia externa —y con razón.

60 mil anos de aislamiento

Conocida como Sentinel del Norte, desde 2005 sus habitantes gozan de una política respetuosa y no intervencionista por parte del gobierno indio, lo cual es no sólo sorprendente, sino también elogiable.

Su pequeño tamaño —apenas 72 kilómetros cuadrados—, unido a sus impenetrables selvas, su difícil y arriesgada circunnavegación a causa de los arrecifes y golpes de mar que se producen alrededor de sus costas, y la peligrosidad de los nativos, han contribuido a que durante 60 mil años, esta etnia indígena —cazadora y recolectora, de baja estatura y piel oscura, que se cree procede del continente africano—, haya permanecido en relativa calma. No obstante, esta calma ha sido en ocasiones muy tensa, por los incidentes registrados desde finales del siglo XIX hasta hace unos cuantos años. Todos los intentos por contactarse con este pueblo han sido en vano.

El primer informe sobre la población en la isla Sentinel fue elaborado en 1771 por el topógrafo británico John Ritchie, quien avistó «una multitud de luces» desde el buque hidrográfico The Diligent, propiedad de la Compañía de Indias del Este. Casi 100 años después, en 1867, un funcionario local fue enviado a explorar la zona, pero le fue imposible desembarcar en la isla. Ese mismo año, en la temporada de monzones, un barco mercante indio naufragó en los arrecifes: los 106 pasajeros y tripulantes supervivientes fueron hostigados por los indígenas hasta que fueron rescatados por un navío británico. Los primeros «contactos» tuvieron lugar en 1880, y éstos sólo confirmaron cuanto ya había advertido en sus crónicas Marco Polo acerca de los sentineleses en el siglo xiii: «Si un extranjero llega a sus tierras lo matan de inmediato y acto seguido se lo comen».

El primer contacto

Ocurrió gracias a la expedición liderada por Maurice Vidal Portman, quien se internó en la espesura de la isla; ahí se encontraron a dos ancianos incapacitados para caminar—que murieron a los pocos días—, así como a un grupo de niños que fueron devueltos con regalos para el resto de los nativos, para tratar de «seducir» a la tribu, y de los que no se volvió a saber nada más. Portman, prestigioso oficial de la armada británica y célebre por pacificar a varias tribus andamanesas entre 1879 y 1901, fracasó en su intento de comunicarse con los pobladores de la isla Sentinel.

Unos años más tarde, en 1895, se trató de establecer contacto al usar como intermediario a un nativo de la isla que convivía con la tribu de los Onge, pero igual fue rechazado. Al año siguiente, en 1896, tres convictos fugados del centro penitenciario de Port Blair arribaron a las proximidades de la isla: dos murieron ahogados en el arrecife y el tercero fue asesinado en la playa; su cadáver fue recuperado poco después. Es probable que esta fuga fuese el detonante de la construcción de otro recinto de máxima seguridad en Port Blair, al tiempo que el movimiento antiimperialista en India cobraba cada día más fuerza.

Una lluvia de flechas

La segunda oleada de exploración tuvo lugar en la década de 1970, con la llegada de varias expediciones de antropólogos indios y estadounidenses, custodiados por policía armada, para fotografiar y de nuevo hacer ofrendas —pescado— a los sentineleses. En la primera ocasión, en marzo de 1970, los expedicionarios fueron recibidos con un extraño rito sexual por parte de los nativos quienes, en parejas, comenzaron a copular ante la atónita mirada de los exploradores, retirándose progresivamente a la espesura y desapareciendo entre los árboles.

En 1974 tuvieron lugar otras tres expediciones armadas, nutridas con documentalistas indios y fotógrafos de la National Geographic, quienes lograron desembarcar, depositaron ofrendas en la playa —entre las que se encontraba un cerdo, papel de aluminio y una muñeca—. Los aborígenes, muy desconfiados, enterraron los regalos y respondieron con una lluvia de flechas en dos ocasiones, en una de ellas el jefe de la expedición fue alcanzado en la pierna, mientras constataban como el avezado arquero se desternillaba de risa —sentado bajo un árbol—, tras comprobar lo certero de su disparo. Hasta el rey Leopoldo III de Bélgica, un apasionado de la antropología social, quiso aventurarse un año más tarde en un acercamiento nocturno a prudencial distancia de la isla, siendo recibido, nuevamente, con hostilidad por parte de un guerrero que le amenazó con su arco.

En 1981 el buque mercante Primrose encalló en el arrecife. Aunque la tripulación manifestó su deseo de desembarcar, el capitán, muy precavido, ordenó que nadie abandonara el barco. A los pocos días, un angustioso aviso de radio por parte de este mismo capitán urgió la llegada del rescate: «Hombres salvajes, más de 50 portando armas caseras, están fabricando dos o tres barcos de madera; tratarán de abordarnos al atardecer».

Tal cual, hubo enfrentamientos entre la tripulación del Primrose y los indígenas, hasta la llegada de los refuerzos. Este percance ocasionó la muerte de varios nativos en escaramuzas con operadores de salvamento armados, quienes visitaron la isla tras el naufragio del Primrose.

Foto: AFP
AFP

Tres millas de distancia

La década de 1990 fue la más pródiga de esta larga lista de contactos frustrados: se les entregó comida —cocos, plátanos y demás recursos— de forma pacífica, con relativo acercamiento por parte de los expedicionarios y sin hostilidades por parte de la población local. Sin embargo, y a pesar de estos tímidos avances, diversas críticas por parte de los antropólogos llevaron a la conclusión de que las continuas interferencias y la sola presencia de los investigadores, podría alterar significativamente el objeto de estudio, además de crear una peligrosa dependencia del exterior por la constante entrega de alimentos —o una posible transmisión de enfermedades desconocidas para los nativos—, por lo que se decidió desistir.

El penúltimo incidente ocurrió tras el tsunami de 2004, cuando un helicóptero sobrevoló la zona para evaluar daños y buscar posibles supervivientes, pero volvió a ser rechazado con piedras y flechas.

Finalmente, el 26 de enero de 2006, dos pescadores de cangrejos que trabajaban de forma ilegal en la zona, Sunder Raj y Pandit Tiwari, de 48 y 52 años respectivamente, se quedaron dormidos —tal vez alcoholizados—, en su barca que, mal anclada, terminó varando en la isla. Fueron interceptados y asesinados por los sentineleses, quienes los semienterraron en la arena. Un helicóptero de la policía trató de aterrizar para recuperar los cuerpos, pero desistió dada la agresividad de los moradores y la lluvia de flechas habitual. Para prevenir violencia innecesaria y proteger a la tribu, el gobierno indio declaró ilegal acercarse a la isla a menos de tres millas de distancia.

Dada la inhabilidad para estudiar a esta tribu, no se conoce mucho sobre ella. Se estima que hay entre 50 y 400 miembros que viven de la caza y la recolección. A pesar de que es muy difícil observar la isla por aire —debido a la densidad de las copas de los árboles—, se sospecha que los sentineleses no están familiarizados con la agricultura. No tienen escritura. No saben crear fuego —observaciones hechas en zonas abandonadas han concluido que los sentileneses esperan a que caiga un rayo y tratan de mantener ese fuego lo más que pueden—. Nada se sabe de su lengua.

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*Colaboración de Algarabía.

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