Por Nat Rivera
En esta ocasión los Dardenne nos proponen la historia de una médica en los primeros días de su nuevo empleo. Luego de una hora de haber terminado su turno, escucha el timbre: alguien llama en una ocasión, pero ella decide no abrir. La mañana siguiente se entera de que encontraron a una mujer muerta, al revisar la cámara de seguridad de la clínica se entera de que pudo haber salvado la vida de esa mujer pues fue quien tocó el timbre la noche anterior.
Inmersa en un tobogán de emociones que ronda la culpa y el miedo, quizá como método de expiación, la protagonista se obsesiona con conocer el nombre de la mujer que encontraron muerta, se niega a enterrar a nadie y a seguir con su vida.
La historia parece sencilla: la maestría consiste, precisamente, en mantenerse en el centro, en caminar por las periferias de la ciudad para no negar la realidad (prostitución, abuso, trata de personas, violencia de género, migración ilegal), en contener la historia para cambiar la perspectiva desde donde analizamos las cosas.
En un país como México donde resulta común descubrir fosas clandestinas con 10, 20, 30 o, la última, con más de 10 000 cuerpos, quizá pedirle al sistema corrupto esclarecer los hechos sea demasiado; quizá conocer el nombre de los asesinados sea lo más cercano al sabor de justicia que podamos alcanzar; quizá un nombre nos recuerde que se trataba de seres humanos como nosotros, con historia, familia, amigos; quizá eso nos ayude a sentir de nuevo indignación.