Por Sergio Vela
El origen de los festivales contemporáneos se remonta a las celebraciones y rituales ancestrales, influenciadas por momentos históricos trascendentales, cuando las sociedades buscaban puntualizar el flujo de la vida ordinaria, como afirmaciones simbólicas de continuidad y bienestar.
Los festivales son momentos de excepción o una suerte de paréntesis en la vida cotidiana, abren la posibilidad de concentrar la atención y energía sobre una serie de productos, como encuentros temáticos. Además, son una celebración periódica integrada por una multiplicidad de eventos que muestran la ideología, los valores, la visión del mundo y los fundamentos de la identidad social y cultural.
Por ello, no es un hecho aislado que los más emblemáticos del planeta fueran creados en coincidencia con el verano y que surgieran con la finalidad de tener un momento de encuentro para aseverar los valores culturales en contra de la opresión, con un firme espíritu de celebrar la humanidad y el deseo de promover la recuperación social.
La base de estos espectáculos, como los conocemos en la actualidad, es un fenómeno que surgió a partir del Festival de Bayreuth (Bayreuther Festspiele). Creado por el compositor alemán Richard Wagner, en 1876, este modelo revolucionario inició como un evento contestatario que se oponía a la vida musical y teatral de la época, buscaba ofrecer nuevas propuestas, que no sólo significaran diversión y esparcimiento; el autor no se limitó a un ámbito, sino que trascendió a otros aspectos que definieron la manera de representar la música.
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