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Tres joyas con maldición

Por: Redacción Central 03 junio 2019 • 3 minutos de lectura

Hay lujos que pueden costar hasta la vida, como estas joyas, que se han vuelto más famosas por las desgracias que han sufrido sus dueños que por su valor.

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Diamante Koh-i-Noor

Las primeras referencias escritas que se tienen de este inmenso diamante datan del siglo XVI, pues se menciona en la autobiografía de Babur –fundador de la dinastía mogol en India–, cuando la rani de Gwalior (madre del maharajá muerto por los invasores mogoles en la batalla de Panipat, en 1526) lo entregó a Humayun (hijo mayor del nuevo emperador).

En ese entonces, era conocido como Diamante de Babur, se presumía que pesaba más de 190 quilates y ya traía una leyenda detrás: se decía que fue robado de Krishna mientras dormía, y se pensaba que había sido extraído en una de las legendarias minas de Golconda o en la localidad de Kollur.

De mano en mano, de muerto en muerto, la joya fue rebautizada con su actual nombre persa, Koh-i-Nur o montaña de luz, en 1739, por el emperador persa Nadir Shah (quien saqueó Delhi y se llevó el trono con el cristal y la maldición, pues fue asesinado ocho años después). A río revuelto, ganancia de saqueadores, así que los británicos se hicieron de éste en 1849. Actualmente pesa 108 quilates, forma parte de la corona de la Reina y puede verse en la Cámara del Tesoro Real de la Torre de Londres.

Diamante Hope

Su nombre es todo lo opuesto a lo que en realidad representa: desaliento.Se trata de una pieza de color azul intenso y 45.52 quilates de peso, el más grande del mundo en su tipo. Actualmente, está bajo el resguardo de la Smithsonian Institution, que recientemente descubrió detalles interesantes sobre su origen; aunque aún quedan muchos vacíos respecto a su historia.

Hope es el fragmento de un diamante indio. Según la leyenda, el explorador francés Jean Tavernier se lo quitó a una deidad y se lo vendió al rey Luis XIV, quien redujo su tamaño a 67 quilates. Tavernier fue la primera víctima, pues murió despedazado por perros salvajes. Durante la Revolución Francesa, la pieza fue robada y su ubicación se volvió un misterio hasta 1839, cuando Lord Henry Hope –banquero y coleccionista– la compró y le dio su apellido. El empresario cayó en bancarrota, por lo que el joyero Pierre Cartier compró la gema en 1909. Tres años después, Evalyn Walsh McLean adquirió le gema (convertida en joya), pero tras vivir trágicos sucesos, su familia se deshizo de ésta, en 1947. Luego de dos años, el joyero Harry Wiston se convirtió en su dueño, aunque por poco tiempo, pues la donó al Smithsonian, nueve años después, ¡mandándola por correo tradicional!

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Amatista púrpura de Delhi

Debería llevar el nombre de Edward Heron-Allen, escritor y científico que trató de deshacerse de ella de varias formas. Varias veces la regaló y sus nuevos dueños perdieron sus fortunas. Una vez más la tiró al río y– gracias a un joyero que la encontró en una alcantarilla– volvió a sus manos. Pese a ser un hombre de ciencias, Heron-Allen se rindió, puso la pieza en una caja fuerte, que metió en siete cajas más, junto a múltiples amuletos. Así permaneció hasta su muerte, en 1943, cuando la amatista fue donada a la colección de Museo de Historia Nacional.

La hija del científico entregó la joya, y la acompañó con una carta escrita por su padre, en la que narra parte de la historia de la peculiar gema: la pieza formaba parte del templo del dios Indra, de Cawnpore (ahora Kanpur), y fue robada y vendida al coronel W. Ferris, de la Caballería de Bengala.

La historia es increíble, y sí, hay puntos en los que la ficción tiene más peso que la verdad. Algunos investigadores del museo sugieren que las leyendas en torno a la pieza pudieron haber sido inventados por el propio Edward, con el fin de respaldar su cuento corto The Purple Sapphire (escrito en 1921, bajo el seudónimo de Christopher Blayre), y que al no poder hacerse de un zafiro, terminó comprando una amatista.

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