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Lo que un día fue no será

Por: Por una señora que todavía no se va a sentar 14 enero 2020 • 3 minutos de lectura

¡En defensa de chavorrucos, chavorrucas y forevers!

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CHAVORRUCOS
Ilustración: Miguel Franco

Hace 30 años, Dan Kiley publicó The Peter Pan Syndrome: Men Who Have Never Grown Up, donde planteó que rehusarse a asimilar la adultez era una tendencia social problemática. Términos como “adultescencia”, “generación canguro” o “forevers” se han usado –unos más académicamente que otros– para referirse despectivamente a quienes estiran la liga de la juventud y las formas de vida que ésta implica.

Hoy se mantiene vivo el tema con el término “chavorruco/chavorruca”, tan versátil como ambiguo, y del cual hemos intentado determinar sus variedades, así como la gravedad del problema planteado por Kiley.

NO SOMOS IGUALES
Por un lado, es fácil pensar en ese personaje que, en sus cuarentas, no ha dejado de usar el look que le funcionó en sus veintes; aquel que, ensimismado en su “yo” del pasado, va por la vida intentando imponer sus modas, verdades y visiones caducas; esa persona que rehúye a cualquier tipo de compromiso y que, entre el egocentrismo y la irresponsabilidad, hace el ridículo de todas las formas posibles.

Por otro lado, estamos los que simplemente no nos hemos quitado los Converse; seguimos yendo a los bares en los que la pasamos bien, pero estamos abiertos a conocer nuevos lugares; aún preferimos las salidas con amigos, pero reconocemos que una noche de películas en casa puede ser lo único que el alma necesita. Somos esos que, “a pesar” de nuestra edad, experimentamos con la vida y sus posibilidades sin caer en ese error que es huir de la madurez.

La diferencia entre ambos no suele estar clara, por lo que muchos hemos tenido que justificar nuestra curiosidad, energía y hasta personalidad. Buscamos ponernos a salvo apropiándonos de cierta condición de “rucos rebeldes”, pero resignarse y aceptar esa categorización generalizada es muy tonto e injusto. Nosotros, los “chavorruc@s-bien”, sólo somos adultos que no tenemos planeado dejar de sentir mariposas en el estómago. Al menos no pronto.

Por su parte, esos que ignoran sus obligaciones por andar de esta son los irresponsables; quienes no saben relacionarse con otros de acuerdo a su entorno son los imprudentes; la gente con poca autocrítica y nula tolerancia a la frustración es la inmadura; las personas que le temen a formalizar son los verdaderos cobardes.

EL PROBLEMA DE RAÍZ
Además de explorar esta “batalla de subespecies”, también habría que entender el conflicto desde su origen: amamos –tal vez en demasía– la juventud. ¿Por qué? Porque significa tiempo y oportunidades, y nos recuerda que el espacio para maniobrar es más grande. Pero, ¿quién dijo que es la mejor etapa de la vida? ¿Qué cláusula de la existencia establece la caducidad de los deseos de una persona? “Juventud, divino tesoro” es, probablemente, una de las premisas que más obstaculizan el camino a la libertad, pues le pone vigencia a la realización personal.

La nuestra es una generación caracterizada por lo catastrófica que se nos pinta la vejez; es fácil entender que elijamos concentrarnos en el hoy. La línea que nos separa de la negligencia es delgada, pero hay que reconocérnoslo: muchos “chavorrucos” tenemos trabajos, cumplimos con nuestras responsabilidades y no le hacemos daño a nadie saliendo a divertirnos o usando tal o cual ropa. Sí, sabemos que lo que un día fue ya no será, pero eso no quiere decir que no planeemos seguir avanzando.

HABLEMOS DE PETER PAN
Olvidamos que, además de volar, este morro olvidaba las lecciones aprendidas en sus aventuras. Quizá ahí, en la sabiduría que da la experiencia, está la diferencia entre los irresponsables y quienes rechazamos el estilo de vida que las convenciones más rígidas buscan imponernos.

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