La única forma de vencer la tentación es caer en ella.
En un rincón privilegiado de Cancún, donde la selva se funde con el mar Caribe y el horizonte parece no tener fin, se encuentra Nizuc Resort & Spa. Un santuario de calma y sofisticación, levantado sobre un terreno que alguna vez fue residencia presidencial, y que hoy se abre como refugio de lujo discreto. Entre jardines tropicales, espejos de agua y playas privadas, surge Ramona, el restaurante insignia del hotel, donde la cocina mexicana se eleva a un lenguaje de memoria, fuego y poesía.
Nizuc respira un aire de intimidad difícil de encontrar en la Riviera Maya. Sus espacios se diseñaron para dialogar con el entorno: arquitectura de líneas limpias que se mimetiza con la selva, villas y suites abiertas hacia terrazas privadas, piscinas que parecen espejear el cielo. La brisa acaricia cada rincón y los sonidos de la naturaleza se confunden con el murmullo lejano del mar. En este escenario, la experiencia culinaria cobra una fuerza especial, como si cada bocado fuera parte de la geografía misma.

En Ramona, la noche comienza antes de probar el primer platillo. Las velas iluminan mesas que parecen flotar en un ambiente de terciopelo oscuro, mientras la música en vivo acompaña con notas suaves que envuelven la conversación. El vino rosado, frío y juguetón, abre la puerta al ritual de la degustación.
El primer acto llega con un tamal colado de textura etérea, sostenido por la fragancia de la hoja santa. Suave, delicado, con un fondo de queso de cabra que no domina, sino que acaricia. Un comienzo que recuerda que la sencillez, bien lograda, es capaz de conmover más que la complejidad.
Después se presenta un tuétano glorioso, coronado con escamoles y acompañado de fideo seco. En él conviven la intensidad de la grasa con la nobleza de los insectos, en un diálogo ancestral que parece traer al presente secretos de fogones antiguos. El plato habla de raíces profundas, de un México primitivo y a la vez audaz, convertido en arte sin artificios.

El bogavante, delicadamente cocido y cubierto con perlas negras de caviar, llega como una revelación. A su lado, un esquite de maíz criollo que se convierte en poema: dulzura, yodo y untuosidad unidos en una trinidad perfecta. Un platillo que detiene el tiempo y convierte el silencio en complicidad.
El recorrido encuentra su clímax en el cordero en salsa de cerveza, jugoso, profundo, acompañado de un cuernito de papa dorado y suave. Aquí se percibe la paciencia de un caldero antiguo, donde los sabores se concentran y la alquimia del fuego revela su misterio. Es un plato con carácter, pero que nunca grita: se expresa con la elegancia de lo bien logrado.

La experiencia en Ramona no puede separarse del hotel que lo alberga. Nizuc Resort & Spa ofrece más que un refugio de lujo; es un escenario donde cada elemento –el agua, la luz, la vegetación– parece dispuesto para invitar a la contemplación.
Ramona, dentro del universo de Nizuc, es un viaje en sí mismo. Cada platillo narra una historia, cada ingrediente tiene memoria, y cada momento se convierte en parte de quien lo vive. No se trata solo de gastronomía, sino de un reencuentro con lo esencial: el fuego, la tierra, el mar y la raíz.
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