Cultura

7 poemas de Ramón López Velarde y su doodle google

Por: Beatriz Esquivel 27 julio 2023 • 7 minutos de lectura

Conocido por algunos como el poeta nacional, Ramón López Velarde pasó a la historia por sus poemas y ahora es recordado con un Google Doodle muy especial.

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ramon lopez velarde
Google

Nacido un 15 de junio de 1888, Ramón López Velarde ha sido uno de los poetas mexicanos más reconocidos de su época. Él es considerado un poeta de la Revolución mexicana y como tal también es identificado como uno de los poetas del modernismo en México, que es reconocido como el movimiento artístico previo a la vanguardia como tal.

¿Por qué Ramón López Velarde tiene un google doodle?

Extrañamente Ramón López Velarde se convirtió en un Doodle de Google no en el aniversario de su natalicio o de su muerte, sino en el día que fundó la revista Pegaso, el 27 de julio de 1917, y el arte estuvo a cargo de Ale de la Torre, una ilustradora mexicana quien se inspiró en la poesía de López Velarde e incluyó detalles de la naturaleza mexicana como dalias, nopales, un carpintero yucateco y colibríes.

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Un resumen de la biografía de Ramón López Velarde

Como muchos otros literatos de su época, López Velarde comenzó a escribir desde joven –su primer poema conocido tiene fecha de 1905– y aunque ya colaboraba en distintas revistas, comenzó sus estudios de Leyes e incluso ejercería la profesión de derecho a la par que siguió escribiendo.

Entre sus temas más reconocidos se inscribe su historia de vida, pues en un principio Ramón López Velarde no regresó a su natal Jerez (en Zacatecas), por lo que se puede ver que añoraba su lugar de origen, también se habla mucho de su primer amor Josefa de los Ríos, que llamó “Fuentesanta”.

Su primer libro, La sangre devota, lo publicó en 1916 y para 1919 publica Zozobra, el que es considerado su mejor poemario y del cual podrás leer varios poemas enseguida.

Ramón López Velarde murió un 19 de junio de 1921 a sus 33 años. Su muerte ocurrió a una edad muy joven y se cree que fue a causa de una bronconeumonía que se agravó por la sífilis. Sin embargo, tras su muerte se editaron dos libros póstumos, El son del corazón (de poemas) y El minutero (en prosa).

Poemas de Ramón López Velarde

La lágrima

Encima

de la azucena esquinada


que orna la cadavérica almohada;

encima

del soltero dolor empedernido

de yacer como imberbe congregante

mientras los gatos erizan el ruido

y forjan una patria espeluznante;

encima

del apetito nunca satisfecho,

de la cal

que demacró las conciencias livianas,

y del desencanto profesional

con que saltan del lecho

las cortesanas;

encima

de la ingenuidad casamentera

y del descalabro que nada espera;

encima

de la huesa y del nido,

la lágrima salobre que he bebido.

Lágrima de infinito

que eternizaste el amoroso rito;

lágrima en cuyos mares

goza mi áncora su náufrago baño

y esquilmo los vellones singulares

de un compungido rebaño;

lágrima en cuya gloria se refracta

el iris fiel de mi pasión exacta;

lágrima en que navegan sin pendones

los mástiles de las consternaciones;

lágrima con que quiso

mi gratitud, salar el Paraíso;

lágrima mía, en ti me encerraría,

debajo de un deleite sepulcral,

como un vigía

en su salobre y mórbido fanal.

Ofrenda romántica

Fuensanta: las finezas del Amado,

las finezas más finas,

han de ser para ti menguada cosa,

porque el honor a ti resulta honrado.

La corona de espinas,

llevándola por ti, es suave rosa

que perfuma la frente del Amado.

El madero pesado

en que me crucifico por tu amor

no pesa más, Fuensanta,

que el arbusto en que canta

tu amigo el ruiseñor

y que con una mano

arranca fácilmente el leñador.

Por ti el estar enfermo es estar sano;

nada son para ti todos los cuentos

que en la remota infancia

divierten al mortal;

porque hueles mejor que la fragancia

de encantados jardines soñolientos,

y porque eres más diáfana, bien mío,

que el diáfano palacio de cristal.

Pero con ser así tu poderío,

permite que te ofrezca el pobre don

del viejo parque de mi corazón.

Está en diciembre, pero con tu cántico

tendrá las rosas de un abril romántico.

Bella Fuensanta,

tú ya bien sabes el secreto: ¡canta!

Tu voz profética

¡Ay de Dios, que tu palabra

me tiene embrujada

el alma!

mi lírica

adolescencia

y tu existencia

gitana

se dicen en la ventana

cosas

de amor y buenaventura

en estas noches lluviosas.

Juran por Cristo, venerables dueñas,

que quien llora en el vientre de la madre

conoce del futuro; tú gemiste

antes de que nacieras, y por eso

tus artes de gitana me iluminan

en los discursos de tu voz profética.

Me haces la caridad de tu palabra

y por oírte hablar quedan las cosas

enmudecidas religiosamente,

y yo me maravillo del concepto

que en tu boca, Fuensanta, se hace música,

y me quedo pendiente de tus labios

como quien se divierte con cristales.

Me embelesa el decoro de tu plática,

y ante tu vista escrutadora extiendo

la palma de las manos, y predices

mi destino en lenguaje milagroso.

Y sigues conversando, eres la clave

del dolor y del gozo; abarca todas

las horas venideras, la mirada

de tus ojos sintéticos, bien mío.

Y con tu rostro ecuánime subyugas

¡oh tú, la bienpensada que conversas

cual si hubieses venido del misterio!

¡Si me quitan el regalo

de tus proféticos labios,

me muero de desencanto!

Dios quiera

que se conserve el prodigio

de tu palabra hechicera,

para decirme en voz baja

cosas

de amor y buenaventura

en estas noches lluviosas.

Y nuestro dulce noviazgo

será, Fuensanta, una flor

con un pétalo de enigma

y otro pétalo de amor.

¡Tú me dirás del enigma,

yo te diré del amor!

¡Ay de Dios, que tu palabra

me tiene embrujada

el alma!

Tenías un rebozo de seda…

Tenías un rebozo en que lo blanco

iba sobre lo gris con gentileza

para hacer a los ojos que te amaban

un festejo de nieve en la maleza.

Del rebozo en la seda me anegaba

con fe, como en un golfo intenso y puro,

a oler abiertas rosas del presente

y herméticos botones del futuro.

(En abono de mi sinceridad

séame permitido un alegato:

entonces era yo seminarista

sin Baudelaire, sin rima y sin olfato).

¿Guardas, flor del terruño, aquel rebozo

de maleza y de nieve,

en cuya seda me adormí, aspirando

la quintaesencia de tu espalda leve?

En las tinieblas húmedas

En las alas oscuras de la racha cortante

me das, al mismo tiempo, una pena y un goce:

algo como la helada virtud de un seno blando,

algo en que se confunden el cordial refrigerio

y el glacial desamparo de un lecho de doncella.

He aquí que en la impensada tiniebla de la muda

ciudad, eres un lampo ante las fauces lóbregas

de mi apetito: he aquí que en la húmeda tiniebla

de la lluvia, trasciendes a candor como un lino

recién lavado, y hueles, como él, a cosa casa;

he aquí que entre las sombras regando estás la esencia

del pañolín de lágrimas de alguna buena novia.

Me embozo en la tupida oscuridad, y pienso

para ti estos renglones, cuya rima recóndita

has de advertir en una pronta adivinación

porque son como pétalos nocturnos, que te llevan

un mensaje de un singular clarosfrío;

y en las tinieblas húmedas me recojo, y te mando

estas sílabas frágiles, en tropel, como ráfaga

de misterio, al umbral de tu espíritu en vela.

Toda tú te deshaces sobre mí como una

escarcha, y el traslúcido meteoro prolóngase

fuera del tiempo; y suenan tus palabras remotas

dentro de mí, con esa intensidad quimérica

de un reloj descompuesto que da horas y horas

en una cámara destartalada...

A un imposible

Me arrancaré, mujer, el imposible

amor de melancólica plegaria,

y aunque se quede el alma solitaria

huirá la fe de mi pasión risible.

Iré muy lejos de tu vista grata

y morirás sin mi cariño tierno,

como en las noches del helado invierno

se extingue la llorosa serenata.

Entonces, al caer desfallecido

con el fardo de todos mis pesares,

guardaré los marchitos azahares

entre los pliegues del nupcial vestido.

Suave patria (fragmento)

Yo que sólo canté de la exquisita

partitura del íntimo decoro,

alzo hoy la voz a la mitad del foro

a la manera del tenor que imita

la gutural modulación del bajo,

para cortar a la epopeya un gajo.

Navegaré por las olas civiles

con remos que no pesan, porque van

como los brazos del correo chuán

que remaba la Mancha con fusiles.

Diré con una épica sordina:

la Patria es impecable y diamantina.

Suave Patria: permite que te envuelva

en la más honda música de selva

con que me modelaste por entero

al golpe cadencioso de las hachas,

entre risas y gritos de muchachas

y pájaros de oficio carpintero.

Primer acto

Patria: tu superficie es el maíz,

tus minas el palacio del Rey de Oros,

y tu cielo, las garzas en desliz

y el relámpago verde de los loros.

El Niño Dios te escrituró un establo

y los veneros de petróleo el diablo.

Sobre tu Capital, cada hora vuela

ojerosa y pintada, en carretela;

y en tu provincia, del reloj en vela

que rondan los palomos colipavos,

las campanadas caen como centavos.

Patria: tu mutilado territorio

se viste de percal y de abalorio.

Suave Patria: tu casa todavía

es tan grande, que el tren va por la vía

como aguinaldo de juguetería.

Y en el barullo de las estaciones,

con tu mirada de mestiza, pones

la inmensidad sobre los corazones.

¿Quién, en la noche que asusta a la rana,

no miró, antes de saber del vicio,

del brazo de su novia, la galana

pólvora de los juegos de artificio?

Suave Patria: en tu tórrido festín

luces policromías de delfín,

y con tu pelo rubio se desposa

el alma, equilibrista chuparrosa,

y a tus dos trenzas de tabaco, sabe

ofrendar aguamiel toda mi briosa

raza de bailadores de jarabe.

Tu barro suena a plata, y en tu puño

su sonora miseria es alcancía;

y por las madrugadas del terruño,

en calles como espejos, se vacía

el santo olor de la panadería.

Cuando nacemos, nos regalas notas,

después, un paraíso de compotas,

y luego te regalas toda entera

suave Patria, alacena y pajarera.

Al triste y al feliz dices que sí,

que en tu lengua de amor prueben de ti

la picadura del ajonjolí.

¡Y tu cielo nupcial, que cuando truena

de deleites frenéticos nos llena!

Trueno de nuestras nubes, que nos baña

de locura, enloquece a la montaña,

requiebra a la mujer, sana al lunático,

incorpora a los muertos, pide el Viático,

y al fin derrumba las madererías

de Dios, sobre las tierras labrantías.

Trueno del temporal: oigo en tus quejas

crujir los esqueletos en parejas,

oigo lo que se fue, lo que aún no toco

y la hora actual con su vientre de coco.

Y oigo en el brinco de tu ida y venida,

oh trueno, la ruleta de mi vida.

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