Cultura

Truman Capote, el eterno enfant terrible de las letras

Por: Carlos Betancourt Núñez 30 septiembre 2020 • 4 minutos de lectura

Hoy que el autor de Breakfast at Tiffany’s cumpliría 96 años, lo recordamos por su vida extraordinaria, la influencia que ejerció en la sociedad de su tiempo y sus obras maestras.

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Amigo íntimo de Marilyn Monroe, confidente de Lee Radziwill —hermana de Jackie Kennedy, exprimera dama de Estados Unidos— y compañero de juergas de Andy Warhol en el Studio 54, pudiera pensarse que Truman Capote siempre perteneció al jet set que lo adoraba y en el que se desenvolvía a la perfección, pero nada más alejado de la realidad.

Nació el 30 de septiembre de 1924 y fue bautizado con el nombre de Truman Streckfus Persons, el futuro escritor pertenecía a una familia que se disolvió a sus cuatro años con el divorcio de sus padres. Posteriormente, su madre contrajo matrimonio por segunda vez con un hombre de apellido Capote, el cual adoptaría el pequeño Truman y con ello la leyenda iniciaba. Aunque sin apuraciones financieras a partir de este punto, lo cierto es que el vivaz niño no tuvo una infancia feliz debido a la soledad en que pasaba sus días en las granjas del sur estadounidense, alejado de sus padres, sin amigos de su edad y cuya única convivencia era con su abuela y otros adultos mayores.

Fueron estas circunstancias las que además de volverlo introspectivo, lo arrojaron a su destino. Refiriéndose a ello, alguna vez dijo: “empecé a escribir cuando tenía 8 años: de improviso, sin inspirarme en ejemplo alguno. No conocía a nadie que escribiese y a poca gente que leyese. Pero el caso era que solo me interesaban cuatro cosas: leer libros, ir al cine, bailar claqué y hacer dibujos. Entonces, un día, comencé a escribir, sin saber que me había encadenado de por vida a un noble, pero implacable amo”. Fue así que a los 17 años abandonó sus estudios universitarios para dedicarse exclusivamente a esa actividad y ningún ambiente más propicio que el prestigioso The New Yorker.

No exageramos si decimos que cada texto suyo llevado a imprenta es una obra maestra en sí misma: Otras voces, otros ámbitos (1924), publicada a sus 23 años, se basa en esas vivencias de su infancia y con ella gana el favor de la crítica, del público, de la élite cultural y se convierte en toda una celebridad que puede darse el lujo de pasar largas temporadas en Italia, Grecia, España e incluso en la Unión Soviética.

Aunque tardó catorce años más en sacar otra obra de largo aliento, lo cierto es que no paró de escribir durante todo ese tiempo: cuentos, reportajes, guiones cinematográficos, ensayos, etc. Para 1958 llega a las librerías Desayuno en Tiffany’s, texto que gana más fama aún gracias a la versión fílmica protagonizada en 1961 por Audrey Hepburn y su inolvidable vestido negro creación de Givency.

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En 1958 se publicó Desayuno en Tiffany’s, que cobró mucha notoriedad por su versión fílmica que protagonizó Audrey Hepburn en 1961.

Ya sin nada que probarle a nadie, lo cierto es que Truman Capote siempre se consideró a sí mismo un escritor prodigio que no rehuía el éxito comercial, claro, pero que también se esforzaba por plasmar en sus letras nuevas búsquedas artísticas en cada página escrita. El resultado fue A sangre fría (1966) la primera nonfiction novel, género que él se atribuiría “haber inventado” para la posteridad y donde quedan de manifiesto sus grandes capacidades como reportero de campo, al narrar la masacre de una familia rica a manos de un par de delincuentes de poca monta cuyo botín fue poco menos de 50 dólares.

Consagrado a partir de esta novela, el talento se lo cobró caro ya que las vicisitudes para llevar a buen fin este testimonio le costaron casi siete años de su vida y nunca pudo terminar otro libro, por más que lo intentara. Tal vez consciente de ello, pero negándose a aceptarlo, durante años prometió al mundo entero la que sería su testamento literario: Plegarias atendidas. En él utilizaría a la inversa el recurso de A sangre fría: con anécdotas verídicas, haría de la realidad una ficción. ¿Su material de trabajo? Los chismes y confidencias que las celebridades depositaban en él. Mala jugada, pues para 1975, luego de muchos adelantos financieros solicitados a su editor, pensó que publicar en la revista Esquire uno de sus capítulos lo iba a catapultar más alto de donde ya había llegado, pero solo significó un suicidio social ante la élite que por años había frecuentado. Este fracaso lo hizo acrecentar su gusto por desayunar, comer y cenar con un martini en su mano, además de la ingesta de otras drogas más fuertes.

Vale decir que Plegarias atendidas se publicó póstumamente e inconclusa en 1987. No obstante, y aunque ya sin tanto ruido de por medio, sus fuerzas todavía dieron de sí para legarnos Música para camaleones (1980), un interesante libro de “varia invención” que conjuga magistralmente cuentos, entrevistas y una novela corta. Sin saberlo, en este volumen Truman acuñó su famoso epitafio y despedida literaria:

Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio.

Finalmente, el 25 de agosto de 1984 le comentó por la tarde a su amiga Joanne Carson —una de las pocas que le quedaban en el mundo y quien lo hospedaba en su lujosa mansión de Beverly Hills—: “Estoy muriendo. No llames al médico. Sólo abrázame”. Su cuerpo fue hallado pocas horas después, un mes antes de cumplir 60 años. El diagnóstico de su muerte: una falla renal.

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Cada texto suyo llevado a imprenta es una obra maestra en sí misma.

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