La ansiedad es un trastorno del cuerpo y de la mente. Por lo general se manifiesta en forma de miedo, inquietud, tensión, y constituye una forma de expresar el estrés.
Con la ansiedad aumenta el ritmo cardiaco, nos sentimos nerviosos, agitados, temerosos incluso. Puede que se nos quite el hambre, o por el contario, que comamos en exceso; también puede pasar que nos sintamos angustiados, irritados y, por si fuera poco, en un desproporcionado estado de alerta.
En momentos difíciles, la ansiedad es capaz de provocar pánico en nosotros porque tenemos la sensación de que algo malo o peligroso puede ocurrirnos. Con la ansiedad nos sentimos inseguros e incapaces de controlar las situaciones que prevemos indeseables o de plano amenazantes para nuestras vidas en el futuro.
Precisamente, la ansiedad surge cuando al evaluar una situación consideramos que no sabemos o no podemos hacerle frente. En la mayoría de los casos, esto sucede de forma inconsciente pues el proceso consciente que lo detona es la incertidumbre ante lo que puede pasar.
No saber qué nos espera en el futuro o no estar seguros de poder afrontar los imprevistos de la vida, es causa suficiente para sentirnos ansiosos. Si además de eso, el entorno que nos rodea es o nos parece muy hostil o muy exigente, podemos desencadenar reacciones de estrés extremo que hacen que nuestro cuerpo se ponga en un estado de alerta desmedido, haciendo a su vez que la mente se preocupe mucho. Esto, no obstante, nos causa un sufrimiento que puede prevenirse.
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Hay que entender que la preocupación es un estado mental que aparece cuando no tenemos o no podemos tener o encontrar una solución al problema o sufrimiento que nos aqueja porque la preocupación surge cuando desconocemos cómo resolver algo.
Pero aunque podemos estar preocupados y no ansiosos, en muchas ocasiones la preocupación nos lleva a la ansiedad. En estos casos, la preocupación se convierte en amenaza, y esto hace que pasemos de un estado de alerta (activo) a un estado de indefensión (pasivo). En el primer caso controlamos la situación, en el segundo la situación nos controla a nosotros.
¿Cómo hacer para evitar que la preocupación se convierta en miedo? La respuesta es sencilla pero no siempre fácil de implementar: hay que reducir los márgenes de incertidumbre hasta alcanzar un umbral manejable.
La fuente de la ansiedad es la incertidumbre, o sea, es el no saber; en particular no saber si podemos enfrentar lo que creemos nos amenaza. De ahí que sea necesario, por una parte, entender lo que sentimos y pensamos como amenazante: qué es, en qué nos amenaza, por qué y cómo. Luego, por otra parte, habrá que repasar los recursos con los que contamos para enfrentarlo y prever las consecuencias de este acto.
Si está en nuestras manos afrontar de alguna manera las situaciones incómodas, desagradables, indeseables e incluso dolorosas, hay que trazar un plan a corto plazo para solucionarlas, y de paso mostrarnos que aunque sea de a poco, podemos controlarlas sin perder la vida en el intento. Así, lo que antes resultaba amenazante o peligroso para nuestra integridad psicológica y vital, se irá convirtiendo con el paso del tiempo en algo que podemos manejar, fortaleciendo nuestra creencia en nosotros mismos y en nuestra capacidad para gestionar aquello que no nos gusta, que nos duele e incluso que nos desestabiliza.
Si luego de evaluar la situación nos damos cuenta que esta se escapa por entero de nuestro control, es posible que sustituyamos conscientemente la sensación de incertidumbre por la de una sana alerta. Así, cuando la vida nos pone delante situaciones que no podemos transformar a nuestro favor, estar prevenidos para no salir lastimados (ya sea física o mentalmente) nos permite poner atención en aquello que sí sabemos y podemos hacer, quitándole peso a aquello que no está en nuestras manos resolver.
De esta manera, mientras vamos forjando la certeza de que algo sabemos, debemos y podemos hacer, la incertidumbre irá disminuyendo hasta lograr desaparecer, y con ella la ansiedad. Nos volveremos personas proactivas, asertivas, responsables y co-creadoras de nuestras vidas; y la ansiedad cuando vuelva —porque a veces vuelve— no será más que un mal rato que definitivamente podremos siempre, con paciencia, superar.
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