En una ciudad que no descansa, donde los días parecen fluir como ríos desbordados, Onomura propone otra cadencia. Una invitación a la pausa. A escuchar lo que el pescado tiene que decir. A observar cómo unas manos expertas transforman ingredientes puros en momentos inolvidables.
Con ubicaciones en Roma Norte, Santa Fe, Interlomas, Prado Norte, Bosques y pronto Satélite, este grupo de restaurantes japoneses logra lo que pocos: ser constante sin repetirse, elegante sin pretensión, íntimo sin aislamiento. En cada una de sus sucursales, Onomura mantiene una identidad coherente, pero deja que su entorno dicte el ritmo. En Roma, por ejemplo, se respira una energía más relajada, casi contemplativa; en Santa Fe, el espacio fluye con la sofisticación sobria del entorno empresarial. Pero en todas, sin excepción, lo esencial permanece: el respeto absoluto por el producto, la estética de lo simple, la calidez sin afectación.

En Onomura, el menú es una narrativa. Todo comienza con una entrada que, sin buscar protagonismo, conquista el paladar con una elegancia silenciosa. Uno de esos momentos es el de los Enokis Calientes a la Mantequilla. Servidos aún hirviendo, estos finos hongos enoki llegan a la mesa como una pequeña obra de teatro. Salteados en mantequilla dorada, cada hebra conserva su textura suave y firme, su sabor limpio pero profundo.

El Ishiyaki es una experiencia sensorial que nos transporta a Japón y recrea esta tradición con exquisitos ingredientes y salsas. La versión más auténtica del conocido teppanyaki, la piedra caliente Ishiyaki es el resultado de una búsqueda de combinar sazón con espectáculo, donde la preparación de la comida queda arraigada a la presentación visual de la misma. El uso tradicional de piedras de lava en la cocina japonesa data hace muchos cientos de años y en la memoria colectiva del país la técnica es considerada como sinónimo de la temporada de invierno.

En la barra de sushi, los chefs se mueven con la precisión de un ritual. Hay algo hipnótico en su calma. Lo que elaboran es mas que comida: es artesanía. Cada nigiri que entregan es un acto de cuidado.

Algunos de estos nigiris parecen sueños breves: un chutoro que se deshace con apenas un toque de lengua, una anguila con foie gras caramelizado que coquetea con lo umami, un cangrejo king cuya carne dulce se equilibra con arroz tibio.

El nombre lo dice con claridad: Onomura significa “lugar de encuentro”. Y esa noción –la de reunirse, de compartir, de disfrutar juntos– es el hilo que atraviesa cada una de sus sedes. Es lo que da sentido al proyecto más allá de la técnica o la estética. Comer bien aquí no es solo un acto individual; es una experiencia compartida, un momento de comunión cotidiana en medio del ritmo acelerado de la ciudad.
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