Ellos, el futuro
Una de las grandes bondades del cine es su capacidad para convertir los sueños en realidad, tal cual haría un mago con su varita. Por eso, ahora nos resulta sencillo entrar a una sala y creer que ahí, presente, hay un dinosaurio, un duende o un ser de otro mundo con capacidad de volar.
Todo después de más de 100 años creando convenciones que hoy viven en nuestro subconsciente. Por otro lado, desde que nació el cinefotógrafo, debido a su posibilidad y crudeza para retratar las realidades, tiene la posición de contar verdades incómodas. De la mano de su historia, está la de la humanidad, que, año con año, lo ha visto desarrollarse. A través de sus imágenes, hemos conocido otros países, culturas y narraciones que, de otra manera, se antojaban a cuento.
Las preocupaciones decantan siempre en temas primordiales. La infancia es y será siempre uno de éstos. Cada país cuenta con su propio pasado, cronología de sucesos en los que se entierra una verdad, incómoda o no, pero que refleja la suerte con la cual habremos de recordarlo. 2018 fue el año en que Cafarnaúm, cinta de la libanesa Nadine Labaki, se alzó con el premio más importante del cine mundial, la Palma de Oro.
En su discurso de agradecimiento, la directora explicó sus motivos para realizarla: “hice un filme para reflexionar, porque el cine es para eso, no sólo para entretener”. Su relato y su discurso nos hablan sobre la desolación que sufre la infancia a nivel mundial, por lo menos, en muchas partes del planeta; aunque ellos, por trillado que esto pueda sonar, son el futuro.
La película tiene una de las escenas más dolorosas imaginables: un niño, de apenas 11 años, está sentado en el tribunal; ante la pregunta de la jueza sobre por qué está demandando a sus padres, la respuesta es demoledora: por haberme dado la vida, esta vida.
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