Por: Iliana Furlong
Roberta nos esperaba en el spot más importante de la casa –la cocina–, y luego de subir tres pisos de unas extenuantes y amplias escaleras de caracol, llegamos, por fin y sin aliento, al lugar que ella escogió: su recámara.
“Es mi cuarto, entonces paso mucho tiempo aquí, y como está algo separado puedo hacer lo que yo quiera: estudiar mis líneas, ensayar, escuchar música tan fuerte como sea y ver las series que nadie quiere ver conmigo. Aquí cualquiera puede entrar. El problema son esas escaleras que a todo el mundo le dan flojera. Vienen amigos a visitarme y les digo que suban y todos me dicen ‘nooo aquí abajo te esperamos’”.

El momento más difícil para Roberta fue cuando estuvo separada de su familia mientras concluía sus estudios en Australia. Ahí fue donde conoció la obra de la cual se enamoró y se dio a la tarea de convencer a su mamá, Elisa Salinas, para poder traer los derechos a México. Elisa la ayudó en todo lo posible con la condición de que ella se involucrara al cien en el proyecto. Fueron meses de mucho trabajo entre producción, adaptación, musicalización y dirección hasta que por fin estrenaron Si tú no vuelves , uno de los momentos más importantes de su vida.
Mientras Roberta nos cuenta esto, entra Teodoro, su pug negro, quien en cuanto la ve se vuelve loco: se sube al sillón y le da de lengüetazos, y cuando se percata que estamos ahí nos ladra y gruñe. “¿Ven?, les digo así es, pero si lo acarician tantito, se rinde”. Según la familia crece, también los espacios personales de cada hermana: “Yo por ejemplo he rotado por todos los cuartos. En este llevo apenas dos años pero estoy segura de que ya aquí me quedaré para siempre: tiene mucha luz es muy zen, definitivamente me da paz”.

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