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La vieja, nueva masculinidad

Por: Jorge Fernández Menéndez 18 noviembre 2021 • 4 minutos de lectura

¿Qué es, qué significa ser un hombre en la tercera década del siglo XXI? Jorge Fernández Menéndez escribe sobre cómo la nueva masculinidad se ha construido con la vieja aún de base, en la que se construyen mismas oportunidades para todos lejos de agendas de género y más cerca de la aceptación de que hombres y mujeres son iguales pero diferentes.

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dia del hombre

Una joven editora del New York Times lo decía semanas atrás en el programa de Bill Maher en la televisión estadounidense. Algo debemos estar haciendo mal en Me Too, decía ella, que era una de las fundadoras del movimiento. El otro día, contaba, al subir al elevador en el periódico, un reportero, mayor que yo, se apartó para dejarme subir primero y en el gesto me tocó levemente el hombro. Lo agradecí. Minutos después ese mismo reportero entraba a mi oficina pidiéndome por favor que no lo denunciara, que el haberme dejado pasar primero y el gesto en mi hombro no era un intento de seducción o abuso. Por supuesto, la editora de NYT le decía a Bill Maher, me disculpé yo, pero me pregunté si no habíamos traspasado un límite nosotras mismas.

Claro que se han traspasado límites, los hombres lo hemos hecho durante siglos, y en algunos países las mujeres los están traspasando hartas de abusos y discriminación. En ocasiones con oportunidad y justicia, en otras cayendo en excesos que no ayudan a su causa, que debería ser nuestra causa, la de todas y todos.

¿Qué es, qué significa ser un hombre en la tercera década del siglo XXI? No tengo la respuesta, pero no creo que sea necesaria una nueva masculinidad, creo que existe una que se debe adecuar a los tiempos y que nada tiene que ver con el machismo, la violencia innata, y mucho menos la sumisión de la mujer, los hijos, el control de la familia.

Yo creo en la masculinidad que me enseñó mi padre, un comunista de los de antes, de los que aspiraban más a cambiar la sociedad que a llegar al poder. Mi padre era un intelectual autodidacta que además vivía de ser carpintero. Nos criamos en una casa donde convivían varias familias, mi abuela, mis tíos, mis hermanas, mis primas. A la cabeza de la familia estaba una abuela siciliana que había llegado a Argentina (ahí nací) sola cuando tenía apenas 13 años sin saber una palabra de español, sin conocer exactamente a qué parte del mundo acababa de arribar, y sin conocer a nadie. De alguna forma se las arregló para casarse, construir una casa, una familia, soportar la viudez y educar sola a varios hijos.

Todos mis demás abuelos, que murieron antes de que yo naciera eran españoles, pero ella formó una familia siciliana, matriarcal, donde su yerno, mi papá, se incorporó totalmente y sobre la que influyó en forma notable con sus ideas de igualdad y respeto entre todos. Era el único declaradamente de izquierda, pero mis tíos, primos y amigos, la casa era una suerte de espacio de visita permanente, fueron de alguna forma educados por principios que allí, en mi familia ampliada, eran inapelables: respetar a las mujeres por sobre todas las cosas, las cuidas y proteges (en el mejor sentido de la palabra), golpear o faltarle el respeto a una mujer es inaceptable, el dinero (que solía ser más que escaso) en la casa se le entrega a la madre para que ella distribuya el gasto, la educación es igual para todos, como lo son las oportunidades. Eso sí, como buena familia siciliana, el nieto mayor, quien esto escribe, en la mesa familiar se sentaba a la derecha de la abuela. Era lugar designado.

Dia del hombre

Entre los hombres de aquella familia que tuve que abandonar de muy joven (llevo 41 años en México), ha habido de todo, pero todos, salvo un excuñado despreciable que fue alejado como la peste, resultaron hombres que así actuaron con sus esposas y sus hijas, con sus sobrinas, primas, compañeras de trabajo.

No creo en las grandes agendas de género. Sí creo que deben existir y se deben presentar, una y otra vez, pero creo más en el ejemplo cotidiano, en la aceptación de que hombres y mujeres somos iguales pero diferentes, que el camino de la seducción (bien entendida) es válido en uno u otro sentido. Creo que son simplemente dos géneros mayoritarios entre nosotros, pero no los únicos, que la identidad sexual es un derecho individual e irreversible, tan respetable como cualquier otro. Pero creo también, que aquellas viejas reglas de respeto, integridad, caballerosidad bien entendida, de no ejercer jamás violencia contra una mujer y de tratar a la mujer como a una igual en la vida, a partir de generar las mismas oportunidades para todos, son parte de la nueva masculinidad porque lo son de la que siempre debería haber existido.

Nunca me he cansado de agradecerle a mis padres esa educación, nunca puedo dejar de sorprenderme del entorno familiar, popular, de relativamente bajos recursos, que me permitió crecer en esa burbuja tan privilegiada.

...ninguno que maltrate a una mujer, de cualquier forma posible, puede ser mi amigo.


Sobre todo porque me ha permitido el raro privilegio de que mi vida haya transcurrido y se haya desarrollado en un entorno de mujeres inteligentes, poderosas, activas, a las que suelo admirar y que han sido y son grandes amigas, compañeras de trabajo increíbles, en alguna época compañeras de militancia política, algunas de esas grandes mujeres han sido mis esposas (tres, todas grandes mujeres pero la actual y última, inigualable), amantes (menos de las que hubiera querido), tres hijas, una nieta.

Me gustan las mujeres, me gusta trabajar y vivir con ellas, nunca he dudado de mi masculinidad ni eso me ha impedido disfrutar de mis grandes, muchos amigos. Con ellos tengo el mismo criterio que me impuso mi papá hace muchos años: ninguno que maltrate a una mujer, de cualquier forma posible, puede ser mi amigo. Creo que esa vieja masculinidad es la base de la nueva.

*Periodista, conductor de Todo Personal en @ADN40. Columna “Razones” en el periódico Excelsior.
Twitter: @J_Fdz_Menendez

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