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Yo no nací para amar… ¿por qué amamos?

Por: Nat Rivera 11 noviembre 2021 • 5 minutos de lectura

¿Por qué amamos, o mejor dicho, para qué amamos? ¿Es el amor una potencia humana innata, como la imaginación o la respuesta al estrés? ¿Tenemos un gen que determine cómo amaremos? ¿O es el amor un condicionamiento, una conducta aprendida consecuencia de la socialización, como sentir hambre a una hora específica o preferir ciertos sabores?

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por que amamos

Los seres humanos somos conscientes de nuestra diferencia con el mundo y de nuestra muerte. Saber que un día dejaremos de existir y que el mundo continuará sin nosotros nos hace sentir una profunda soledad y una sensación de separación, un vacío. Y entre todas las cosas que pudimos inventar para sobrellevar el vértigo que nos produce estar cerca de ese vacío, los humanos optamos por el amor, brillante idea.

Genéticamente ignoramos si hay un gen “encargado de amar”. Lo que sí sabemos es el efecto químico que el amor tiene en nuestro cerebro, y en nuestro ADN. Existen dos tipos de amor: romántico y maduro. Con romántico nos referimos a ese amor exclusivo (monogámico), “eterno”, ese que nos hace pensar que existe alguien que llegará a completarnos y nos traerá la felicidad porque no volveremos nunca a sentirnos solos, ese amor que nos decepciona sucesivamente y hace que la vida transcurra “de esperanza en decepción y de decepción en esperanza”, como bien diría el filósofo francés André Comte-Sponville.

En este sentido, Helen Fisher, especialista en el estudio de la química cerebral y el amor romántico, compartió, en una de sus conferencias para TED Talks, que contrario a lo que se pensaba, las investigaciones mostraron que este tipo de amor no es una emoción, sino un impulso que estimula la misma parte del cerebro que la cocaína y, desde su punto de vista, con más fuerza que el deseo sexual: “La gente no mata porque alguien no se quiera acostar con ella, pero sí por despecho”, comentó Fisher. Esta parte del cerebro es la que desea, la que genera una intensa ansiedad si no tiene cerca su objeto del deseo: “El amor romántico se caracteriza por la ansiedad de estar con una persona en particular, no sólo en lo sexual sino también en lo emocional; por sentirse motivado; y por una gran obsesión”, ¿obsesión, yo? (¿Qué porcentaje del día piensas en esa persona?).

por que amamos es un gen

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El ADN tiene su corazoncito


El departamento de epigenética (ciencia que estudia los cambios reversibles del ADN), de la Universidad de McGill, en Montreal, Canadá, llevó a cabo un estudio en ratas de laboratorio para determinar si el amor y los cuidados maternos modifican ciertos genes, y encontraron que entre más atenciones, el gen que dirige la respuesta del cerebro al estrés se desdobla; lo que hace al ser vivo más tolerante al estrés, más feliz y confiado, y esta característica se hereda a la siguiente generación.

Ello confirma que somos seres cambiantes: nuestro código genético no es un patrón impuesto que limita o determina nuestro destino, sino una guía que se alimenta y se transforma a partir de nuestro entorno.

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El amor en los tiempos del Tinder

En la sociedad actual, regularmente, no se nos enseña a convivir con el vacío interno que muchos sentimos, sino a llenarlo con ropa, carros, relojes, drogas legales o no.

Para Erich Fromm, “La felicidad de los seres humanos modernos consiste en contemplar las vidrierías de los negocios y en comprar todo lo que puedan, ya sea al contado o a plazos”.

Y en un mundo donde el libre comercio domina y lo material es lo más preciado, el amor no podría quedar exento de esta dinámica: “Dos personas se enamoran cuando se encuentran atractivas, pero atractivo habitualmente significa ‘que posee un conjunto de cualidades que son populares y por las cuales hay demanda en el mercado de la personalidad’ […] El objeto debe ser deseable desde el punto de vista de su valor social […] dos personas se enamoran cuando sienten que han encontrado el mejor objeto disponible en el mercado”, agrega Fromm.

amor en tiempos de tinder

Sin embargo, las apps de ligue, como Tinder, la favorita entre los usuarios, nunca habían hecho tan evidente que nos vemos como objetos: ahora en lugar de catálogo de zapatos, elegimos o rechazamos personas. Según un estudio, el 53% de los internautas considera que las citas online permiten encontrar a alguien mejor y más compatible contigo, porque conoces más gente. No obstante, la vida media de una pareja que se conoció por internet es de 18 meses, versus los 48 meses que dura una pareja que se conoció en la vida real. Además sólo el 13% de los usuarios consigue una relación luego de un mes de anunciarse en la app, el porcentaje más pobre para un servicio de citas.

De los más de 100 millones de usuarios de Tinder, sólo 6 millones paga por la aplicación, y no es que deseemos que todos desembolsen, pero considero que éste es un reflejo del estado del amor actual: muchos deseamos un amor y una pareja (o varias) pero invertimos lo mínimo, no sólo en lo económico, también en lo emocional. Muchos de nosotros evadimos el esfuerzo de conocer verdaderamente a alguien; sin embargo, no se puede amar lo que no se conoce, amar es una decisión. Nos aferramos a la idea del amor romántico porque lo otro, el amor maduro, requiere tiempo, dar, ser generoso, compasivo, pero –sobre todo– exige bajar la guardia: ser y mostrarse vulnerable ante el otro. Por un lado deseamos conectar con alguien para darle sentido a nuestra vida, pero evitamos a toda costa mostrarnos tal cual somos por vergüenza y miedo a no ser lo suficientemente delgados, guapos, buenos, según los parámetros de una sociedad que nos exige ser iguales para regularnos y nos exige suprimir cualquier tipo de emoción considerada negativa: ¿sientes tristeza, ansiedad, miedo? Antidepresivos.

yo no naci para amar

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Sexy pero vulnerable

Brene Brown, investigadora de la Universidad de Houston, afirma que, al suprimir sólo las emociones negativas, pretendemos insensibilizar nuestra vulnerabilidad; no obstante, resulta imposible insensibilizar emociones selectivamente. Si insensibilizamos el dolor y la tristeza, insensibilizamos la gratitud, la felicidad, el amor. Brown estudió el origen de la vergüenza; para ello, dividió su muestra en dos grupos: los que tenían un sentido fuerte de amor y pertenencia (sentido de dignidad) y los que no (los que continuamente dudaban de ser lo suficientemente buenos para ser dignos de amor). La única diferencia que encontró entre los dos grupos es que los primeros se creían dignos de amor y pertenencia:

“Pensaban que eran valiosos. Tenían el coraje de ser quienes eran y de ser imperfectos; tenían la compasión para ser amables con ellos mismos y luego con los otros, y tenían conexión como resultado de su autenticidad: tenían la capacidad de renunciar a lo que ellos creían que deberían ser para ser lo que eran. La otra característica era que ellos aceptaban por completo la vulnerabilidad. Creían que lo que los hacía vulnerables los hacía bellos y merecedores de amor”.

Tal vez pronto nos enteremos del gen encargado de amar o confirmemos que es un condicionamiento social, lo cierto es que, sin importar su origen, necesitamos amar y sentirnos amados para darle sentido a nuestra vida, para tener la capacidad de convivir con nuestro vacío interno. En palabras de Octavio Paz, “Tal vez amar es aprender / a caminar por este mundo. / Aprender a quedarnos quietos / como el tilo y la encina de la fábula. / Aprender a mirar”, a escucharnos a nosotros mismos.

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