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Los antiguos romanos también lloraban a sus mascotas

Por: The Conversation 04–10–2025 • 4 minutos de lectura

Aunque nos pueda parecer que los cementerios para animales son una novedad, los antiguos romanos ya enterraban a sus mascotas junto a los seres humanos y les dedicaban sentidos epitafios.

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Los antiguos romanos también lloraban a sus mascotas
Pexels

Javier del Hoyo Calleja, Universidad Autónoma de Madrid


Hace no mucho leíamos en la prensa y oíamos hablar sobre los cementerios de mascotas (algunos ya hay, especialmente para perros, en barrios residenciales de ciertos países del primer mundo), ante el escándalo de muchos bienintencionados que se llevan las manos a la cabeza viendo las necesidades del tercer mundo o zonas deprimidas donde comer es una aventura.

Pero tampoco estamos inventando nada nuevo. En la antigua Roma hubo, si no cementerios específicos, sí al menos tumbas con magníficos epitafios de animales, desde perros hasta caballos, pasando por la sentida despedida que le hace Catulo al gorrión de su amada:

El gorrión de mi amada ha muerto,

El gorrión, goce de mi amada,

Al que ella más que a sus ojos quería;

Pues era dulce como la miel y a su dueña conocía

Tan bien como la hija a su madre

Perros en la antigua Roma

Los perros, específicamente, eran muy apreciados para cuatro funciones: guerra, compañía, caza y guardia de la casa. Prueba de esto último son mosaicos como el de Pompeya en el que aparece uno y al lado la inscripción CAVE CANEM, “cuidado con el perro”. Fue especialmente querido un tipo de bichón maltés, antepasado del actual perro pequeño, blanco y de pelo largo.

Y por eso hay registro de epitafios dedicados a los perros que se habían ganado el corazón de sus dueños –familias pudientes que podían permitirse estos sepulcros–, y de cuyo afecto habían sido objeto. Estos escritos singulares, que escapan de toda rutina, fueron redactados muchas veces en verso.

Hay uno, por ejemplo, grabado en una columna, que procede de Ancona (Italia) y destaca por su extrema brevedad:

“Guardián de mis carros, nunca ladró en vano:

ahora guarda silencio y la sombra protege sus cenizas”.

octubre 01, 2025 11:51 a. m. • 3 minutos de lectura

Margarita, perrita muerta en el parto

En el Museo Británico de Londres se conserva actualmente un epitafio dedicado a una perra llamada Margarita, procedente de Roma. Su texto, escrito en una placa de mármol con letras muy pequeñas, está más elaborado que el anterior y hace alusión a las cualidades de la perra, para terminar describiendo su trágica muerte. Es destacable que esté redactado en primera persona, como los de algunos hombres:

“La Galia me engendró y me dio nombre una perla del rico mar, y mi belleza fue adecuada a la hermosura de mi nombre. Hábil y osada en corretear por los bosques desconocidos y en perseguir por las colinas a las hirsutas fieras, nunca solía ir sujeta por pesadas cadenas ni soportar crueles palizas en mi níveo cuerpo. Pues en el suave regazo de mi dueño y de mi dueña me tendía, y sabía, cuando estaba cansada, recostarme en su lecho preparado y, más allá de lo posible, hablaba con el rostro silencioso de un perro: nadie temió demasiado mis ladridos. Pero desgarrada por un parto desdichado, he tenido que sucumbir a mi destino. Y ahora me cubre la tierra bajo este pequeño mármol”.

Mascotas en la antigua Roma

Otro epitafio procede de las proximidades de Salerno, cerca de Nápoles, y está dedicado asimismo a una hembra. Aunque no se describe la raza, por los datos que proporciona, se trata –como en el anterior ejemplo– de una perra de pequeño tamaño, capaz de recostarse sobre el regazo de sus dueños:

“Empapado en lágrimas te he traído hasta aquí, mi querida perrilla, como hice antes más contento durante tres lustros. Pues ya no me darás miles de besos, Pátrice, ni podrás recostarte feliz en mi cuello. Lleno de tristeza te he enterrado, pues lo mereces, en una morada de mármol y te he unido para siempre a mis Manes, a ti, que eras capaz de asemejarte a los hombres con tu ingeniosa conducta. ¡Ay, cuántos encantos he perdido! Tú, dulce Pátrice, acostumbrabas a acercarte a mi mesa y, cariñosa, pedías comer en mis brazos, y solías lamer con tu lengua traviesa la copa que a menudo mis manos sostuvieron para ti; y, cuando llegaba cansado, me recibías moviendo la cola sin cesar y con ese simple gesto me transmitías todo tu cariño”.

Sentimientos a flor de piel

A veces las señoras tomaban tanto cariño a estas mascotas –escribe irónicamente Juvenal en una de sus invectivas contra las mujeres–, que sentían más la muerte de su perrita que la de su propio marido. Así, un epitafio, procedente de Aquitania, describe a la perra Mía con sentimientos que recuerdan a los de Catulo al describir al pajarillo muerto de su amada:

“Cuán dulce fue, cuán cariñosa. Mientras vivía, se acurrucaba en mi regazo, cómplice siempre de mi sueño y de mi lecho. ¡Oh desgracia, Mía, que has muerto! Habrías ladrado solamente si algún rival, coqueta, se hubiese tendido a los pies de tu dueña. ¡Oh desgracia, Mía, que has muerto! Una tumba profunda te guarda ya, inocente, y no puedes alborotar, ni brincar, ni disfrutar con los cariñosos mordiscos que me dabas”.

En este sentido quizás una de las dedicatorias más sentidas es la que vemos en una urna conservada en el Museo Arqueológico de Madrid, en la que A. Cornelius Aprilis, un liberto, pone a su patrona, Cornelia Nympha. En un momento posterior se añadió en la propia inscripción “y a la perrita Albana”, lo que parece indicar que se quisieron juntar las cenizas de dueña y perrita también en la urna.

Y es que el mundo no ha cambiado tanto en dos mil años. O quizás debamos decir que en algunos puntos vuelve a parecerse al de hace dos mil años –ya que estos homenajes no se recuperaron casi hasta el siglo XX–.

Es significativo que el ser humano siga honrando a sus seres más queridos, sean estos personas o, en algunos casos, mascotas.


Javier del Hoyo Calleja, Catedrático de Universidad (área de Filología Latina), Universidad Autónoma de Madrid

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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