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Desierto de Atacama, lugar donde termina la ropa low cost

Por: Marilú Morales 12 mayo 2025 • 4 minutos de lectura

Cada vez que elegimos una prenda, estamos creando un impacto en nuestro ecosistema.

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Desierto de Atacama, un cementerio de ropa low cost
Getty Images

En los últimos años, los descuentos constantes y las prendas de moda a precios sumamente accesibles, ya sea a través de plataformas digitales o en tiendas en físico, se han convertido en parte de los hábitos normales de consumo de las grandes ciudades.

Lo que a simple vista parece una oportunidad para vestirnos bien sin gastar demasiado, es también una industria que tiene consecuencias devastadoras para el medioambiente, los trabajadores y hasta para nosotros como consumidores. Bienvenidos al mundo del fast fashion y la ropa low cost.

¿Qué es el fast fashion y la ropa low cost?

El término fast fashion — que literalmente significa “moda rápida"— hace referencia a la producción masiva y acelerada de ropa inspirada en las últimas tendencias. Se trata de prendas que llegan rápidamente desde las pasarelas o redes sociales hasta las tiendas a precios bajos y accesibles.

La ropa low cost, o a un bajo precio está definitivamente muy relacionado al fast fashion. Sin duda, con su aparición fue posible que muchas personas que antes no podían acceder a prendas de moda tuvieran la posibilidad de hacerlo; pero con el tiempo su acelerada producción y la velocidad con la que era desechada la convirtieron en un verdadero problema.

El impacto ambiental

La industria de la moda es una de las más contaminantes del mundo. Según la ONU, produce el 20% de las aguas residuales globales y el 10% de las emisiones de carbono. Además, cada año se producen alrededor de 100 mil millones de prendas, muchas de las cuales terminan en la basura en menos de un año.

La fabricación de estas prendas implica el uso intensivo de recursos naturales: por ejemplo, para fabricar un solo jean se necesitan unos 7.500 litros de agua, lo mismo que una persona bebe en siete años. A esto se suma el uso de tintes tóxicos, plásticos y fibras sintéticas que tardan siglos en degradarse.

Pero ¿A dónde termina la ropa que desechamos?

Cuando nos deshacemos de la ropa, en muchas ocasiones simplemente porque ya pasó de moda o dejamos de usarla, muchas veces creemos que “donarla” o llevarla a un contenedor textil es una solución que permitirá que se recicle de manera adecuada. Pero la realidad es mucho más compleja.

Gran de esa ropa que descartamos no terminan en los roperos de alguien más ni siendo utilizada para crear nuevos artículos, la mayoría de las veces termina en vertederos a cielo abierto en países del sur global como Ghana o Chile, donde se pueden observar montañas de prendas que se acumulan al aire libre, contaminando suelo y agua.

Es necesario aclarar un punto, esta ropa la mayoría de las veces, no puede ser reutilizada porque se encuentra en mal estado y se fabrica con mezclas de materiales que difícilmente se pueden separar.

Fast fashion
Unsplash

El caso de Atacama, Chile

El desierto de Atacama, uno de los ecosistemas más áridos del mundo, se ha convertido en un cementerio textil. De acuerdo con una investigación del medio francés France24 y la agencia AFP, cada año llegan a la zona unas 60.000 toneladas de ropa usada, la mayoría proveniente de Estados Unidos, Europa y Asia. Chile tiene una zona franca en Iquique donde se importan estas prendas con fines de reventa, pero cerca del 40% no encuentra salida comercial y termina en el desierto.

“La ropa llega como donación o como parte de un sistema de reventa, pero lo que no se vende termina acumulándose en el desierto”, explica Franklin Zepeda, fundador de EcoFibra, una empresa chilena que busca reutilizar textiles descartados para fabricar aislantes térmicos. “Estamos hablando de un problema global que está cayendo sobre los hombros de países como el nuestro”.

Kantamanto, Ghana: el lado oscuro del “donar”

En Accra, capital de Ghana, se encuentra el mercado de Kantamanto, uno de los más grandes del mundo de ropa usada. Se estima que llegan entre 15 y 20 millones de prendas por semana, principalmente desde Europa, Estados Unidos y Canadá.

Aunque muchas personas revenden estas prendas, ni siquiera la mitad puede ser reutilizada por estar en mal estado, no contar con tallas compatibles o simplemente por su escasa demanda.

Aquí lo que no se vende termina en vertederos o se quema en las calles, estas prendas, comúnmente sintéticas, al incendiarse liberan sustancias tóxicas afectando gravemente la salud de los habitantes. Además, muchas terminan en el mar, obstruyendo canales y aumentando el riesgo de inundaciones.

“El mundo está usando nuestro país como su basurero. Nos venden esta ropa como si fuera una ayuda, pero no es más que una forma disfrazada de deshacerse de sus residuos”, denuncia Liz Ricketts, cofundadora de The OR Foundation , una organización que trabaja directamente con los recicladores de Kantamanto.

Ropa en el desierto de Atacama
Getty Images

¿Por qué llega la ropa allí?

En gran medida, esto es resultado del modelo de donación masiva que muchos países del norte global han institucionalizado como una solución “verde” al descarte textil. Lo que no se vende en tiendas de segunda mano o no se recicla, se exporta como “ayuda humanitaria”. Pero la verdad es que se ha convertido en una forma de exportar residuos.

mayo 31, 2023 04:54 PM • 3 minutos de lectura

¿Qué podemos hacer?

No se trata de dejar de consumir, sino de hacerlo con más responsabilidad. Algunas alternativas incluyen:

  • Comprar menos, pero mejor: elegir prendas de mayor calidad, aunque cuesten un poco más, y que puedan durar más de una temporada.
  • Optar por marcas locales o sostenibles: muchas marcas pequeñas apuestan por una producción ética y transparente.
  • Reutilizar y reciclar: dar una segunda vida a la ropa, ya sea donándola inteligentemente, vendiéndola o intercambiándola.
  • Cuestionar la moda como algo desechable: el estilo no pasa necesariamente por seguir tendencias, sino por encontrar nuestra identidad.

En definitiva, cada vez que elegimos una prenda, estamos creando un impacto en nuestro ecosistema.

Con información de National Geographic .

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