A nivel médico-psiquiátrico, la Organización Mundial de la Salud define a la depresión como un trastorno de salud mental común que se caracteriza por una tristeza persistente y una falta de interés o placer en actividades que previamente eran gratificantes y placenteras, además de provocar alteraciones sobre el sueño, el apetito y la concentración; por lo cual, es una causa importante de discapacidad al tener el potencial de producir efectos prolongados y difíciles de erradicar.
Por su parte, la Asociación Estadounidense de Psiquiatría propone a través del manual diagnóstico conocido como DSM-V una clasificación de las distintas expresiones sintomáticas que se pueden presentar en torno a la depresión ; esto en función de los criterios de causalidad, frecuencia e intensidad de los síntomas y del grado de afectación sobre la funcionalidad cotidiana que puede sufrir la persona.
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En términos de causalidad, no existe una razón única y exclusiva que detone la aparición de este malestar, puesto que se ven involucradas distintas dimensiones tales como lo orgánico, lo afectivo, lo social, lo familiar y lo inconsciente para el devenir de esta condición; por lo tanto, su abordaje clínico requiere de un profundo análisis de estas dimensiones y de los modos en los que participa la persona en cada una de ellas para descubrir y constituir herramientas que posibiliten un esfuerzo de afrontamiento, elaboración, resignificación, replanteamiento y restitución de todos aquellos elementos que cumplen alguna función en torno al fenómeno depresivo.
Ahora bien, la fenomenología del malestar es tan solo la puerta de entrada a un campo mucho más amplio e interesante por conocer e intervenir: el mundo subjetivo de la persona. ¿Por qué se deprime una persona?, ¿Por qué aquello que afecta a uno no afecta por igual a otros?, ¿La depresión se vive igual en todos los casos?, ¿Quiénes se encuentran deprimidos son iguales? Las respuestas a estas interrogantes radican en el principio de singularidad que rige sobre el acontecer humano, gracias al cual ninguna persona es igual a otra, por más similitudes y semejanzas que lleguen a haber entre dos sujetos; por lo tanto, ninguna situación, condición o fenómeno será jamás igual a otro, puesto que cada uno ocurre en coordenadas de tiempo, espacio y modos de vivir que son únicas e irrepetibles.
En este sentido, resultaría equívoco hablar de “ la depresión ” en singular, como si fuera una sola; en cambio, habríamos de pensar en depresión(es), aunque el diagnóstico clínico sea el mismo para dos o más personas, puesto que la suerte que se vivirá en cada caso es completamente particular y diferente a todas las demás y dependerá, en gran medida, de los recursos internos y externos que tenga la persona al alcance, junto con todos aquellos que sea capaz de producir para enfrentarse a la vivencia depresiva que lo atormenta y a los contenidos subyacentes que la han hecho existir en primer lugar.
Otro aspecto sumamente importante a cuidar es la elección y uso de las palabras con las cuales nos dirigimos para comentar una u otra situación que corresponde a la vida del otro. Reflexionémoslo del siguiente modo, cuando le decimos a alguien “eres depresivo” estamos colocando al malestar en una categoría que define por completo a la persona. Ya no se trata de Juan, María, Adrián ni José, ahora se trata de “un depresivo”, un sujeto que alguna vez fue vivido por sí mismo y por los otros en función de todo aquello que lo hacía ser él o ella y que ahora no es más que el reservorio de una perturbación patológica que rige su vida y define su estatuto como persona. Contrariamente, cuando le decimos a alguien “ tienes depresión ” o “estás deprimido” le damos el lugar protagónico sobre la situación a la persona; en tanto que, a diferencia del ser, el estar es un estado transitorio que se puede modificar y transformar. Así mismo, plantear al malestar en términos de tener permite que éste sea vivido como un algo que se posee, que le pertenece a uno y cuya responsabilidad radica en decidir qué se va a hacer con eso para romper con la constante de sufrimiento y transitar hacia un bien-estar.
Como podrás notar, estimado lector, una sutilidad en el lenguaje tan simple como el cambio en un verbo contiene implicaciones altamente significativas cuando nos detenemos a analizar los impactos que nuestro decir puede provocar en la vida del otro. Basta con una palabra dicha en cierto modo, en cierto contexto y repetida las veces suficientes como para que una persona quede sumergida en una vorágine de afectaciones que le pueden cobrar la vida, o al menos la calidad de la misma. Inversamente, basta con una palabra dicha en cierto modo, en cierto contexto y en el momento adecuado para abrir una vía que le permita a la persona atravesar por todo aquello que la tiene atravesada, apropiarse de ello, asumirse dueño y elaborarlo para devenir en un modo mejor y diferente de vivir(se).
Para lograr esto último, la aparición en escena de ciertos personajes es crucial, puesto que la presencia de familiares, amigos y profesionales de la salud que estén capacitados para proporcionar un buen acompañamiento a la persona, sin quitarle en ningún momento la responsabilidad de decidir y actuar sobre el modo en que desea conducir su vida, puede marcar una diferencia en el curso de los acontecimientos hacia el futuro. Si se elige tomar la función de acompañar a una persona que se encuentra en un estado depresivo, o en cualquier otro estado de perturbación y afectación, se debe tener muy en claro que ello implica la responsabilidad de ser pulcro con las palabras que se le dirigen al sujeto afectado, evitando a toda costa juzgarlo, victimizarlo, incapacitarlo y forzarlo, para más bien invitarlo a moverse, a romper con el goce estático de sufrir y a reincorporarse para hacerse nuevos caminos conforme se anime a andar.
¿Existen los “tipos de depresiones”?
Aunado a ello, es muy importante no caer en el error de pensar que los discursos populares que flotan a nivel social y cultural aportan un carácter de veracidad y certeza cuando se trata de pensar distintos fenómenos clínicos, como es el caso de las depresiones. Bajo ninguna circunstancia se debe asumir un imaginario cultural como cierto sin acudir con profesionales de la salud de distintos campos (Psiquiatría, Psicoterapias, Psicoanálisis) para pensar y analizar la información de manera crítica en vez de asimilarla mecánicamente y repetirla sin tener fundamentos que sustenten lo que se está diciendo.
Por último, hay que subrayar que un acompañamiento no garantiza que la persona atravesada por una depresión vaya a consolidar la mejora que se desea para él. No existen garantías, solo apuestas, y es ahí donde un acompañante puede tomar lugar y participación: en la apuesta por producir un efecto que marque una diferencia, más no en el dictamen moralista de así lograrlo cuando no es algo que corresponda a su labor ni a su posición. Téngase siempre claro que cada persona tiene la posibilidad de hacerse dueña de sí misma y de las historias que se escribe durante el tiempo que tiene para vivir; las cuales, al final de todo, serán abordadas por el más agudo y atento de los lectores: la muerte .
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* Gabriel Alejandro Pérez Ruiz
Licenciado en Psicología egresado de la Universidad del Valle de México en el año 2016 con un reconocimiento de excelencia académica por promedio de egreso y acreedor del Premio Ceneval al Desempeño de Excelencia EGEL.
Maestro en Psicoanálisis egresado de Dimensión Psicoanalítica en el año 2023.
Psicoanalista en consultorio privado con seis años de experiencia en el tratamiento de niños, adolescentes, adultos, adultos mayores, parejas y familias con múltiples motivos de atención que abarcan estados depresivos y de angustia, conflictos de pareja y familiares, toxicomanías y adicciones, trastornos psiquiátricos, vivencias traumáticas de distintas índoles y atención en educación especial.
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