Redacción: Central
1. No estás cacareando tus éxitos y relaciones en las redes sociales
Bueno, está padre postear los logros más representativos de tu vida y momentos felices pero decirle buenos días a través de Facebook a alguien con quien supuestamente amaneciste para que tus amigos pongan que “qué bonita pareja hacen” denota inseguridad y no tener mucho qué hacer.
2. Dejas de compararte con los demás, lo haces contigo mismo
A todos nos pasa, cuando iniciamos la vida laboral nos sorprenden las diferencias de sueldo y, en general, todas las condiciones en las que están los que nos rodean, pero esto no es nada sano. Cuando uno crece (mentalmente), es más importante qué tan realizado te sientes con tu trabajo y lo que aportas al proyecto. Si te metes en la situación de los demás por lo regular es para mejorar como equipo y promover a tus subordinados. También te hacen feliz, auténticamente, los logros de tus amigos, sin importar que estés pasando por los peores momentos personalmente.
3. Ya no discutes (tan apasionadamente) con tus padres
Es normal que debatan ciertos temas o que difieran en algunos puntos de vista, pero cuando la discusión no tiene que ver con algo que los afecte directamente la pueden dejar por la paz o llevar a cabo sin que esto merme su relación. En vez de los dramones de antes guardas silencio ante las evidencias de la brecha generacional o debates de política para cortar en el momento adecuado y seguir hablando de lo deliciosa que está la comida.
4. Tu inversión de energía en las quejas es mucho menor
Claro, con las personas de más confianza (padres, pareja, mejores amigos) es normal expresar tus insatisfacciones sobre ciertas cosas, pero no es algo que predomine en tus conversaciones ni se evidencie en tus actos con todo mundo. Andar de cara larga en el trabajo o hacerle berrinches de secundaria a tus amigas no te dejará nada bueno.
5. Decir que sí es opcional
Puedes negarte a hacer un trabajo cuando prefieres calidad que cantidad o perderte la fiesta del año para reponer las horas de sueño perdidas sin sentir culpa en absoluto. Tú eres primero y puedes ser claro sin tener que dar excusas elaboradas.
6. Las prioridades son diferentes
Tal vez evites una que otra salida para darte las vacaciones de tus sueños o comprar algo para la casa y, aunque sigas yéndote de reven de vez en cuando, no sientes que se te sale el alma por embriagarte desde antes de salir de la oficina cada viernes.
7. Eres más feliz (o menos infeliz)
En cierta etapa de la adolescencia o juventud el drama es parte de todos los días, las insatisfacciones y búsquedas de algo que nunca llega predominan, pero hay un momento de la vida en el que estás a gusto en tu propio cuerpo, si te despiden no se cae tu mundo (aunque sí pongas manos a la obra) y tu cordura no depende de tener a alguien al lado.