Por: Nat Rivera
El sentido común, las cosas que damos por obvias, a veces, juega en nuestra contra y nos impide cambiar no sólo como personas, sino como humanidad. Nos resistimos a repensar ciertas ideas porque creemos que no pueden ser de otra manera; a esto se le conoce como la tiranía del sentido común, y cada época ha luchado batallas contra ella; por ejemplo, cuando descubrieron que la Tierra era redonda, el hallazgo de un nuevo continente o la ruptura del paradigma de la heterosexualidad como única manera de relacionarse erótica y afectivamente. Así en nuestra época, repensar la educación es una idea a la que ya no le podemos voltear la cara.
El sistema educativo actual surgió a finales del siglo XIX y está inspirado en ideas de la Ilustración, cuando surgió la idea de progreso: “La economía industrial provocó una cultura organizativa lineal centrada en los estándares y la conformidad […] Y la influencia de la cultura de la Ilustración generó una jerarquía en las materias donde se da prioridad a matemáticas, lengua y ciencias; abajo están las humanidades, y debajo de todo se hallan las disciplinas artísticas. No existe un sistema que enseña danza con el mismo rigor con el que enseñan matemáticas. ¿Por qué hay una jerarquía? Hay dos motivos el primero es económico: se cree que las materias que están más arriba son más relevantes para el mundo laboral. El otro motivo es cultural: nuestra sociedad piensa que al trabajar con las ciencias se trabaja con hechos y certezas. La ilustración separa la emoción del intelecto, y este modelo de pensamiento sigue hasta nuestros días”, asegura el educador Ken Robinson.
Actualmente ya ni siquiera hablamos de progreso, sino de desarrollo. Y si un concepto en el que se basa todo un sistema ha cambiado, lo lógico sería repensar el sistema desde las raíces, pero esto no ha ocurrido con la educación: las reformas educativas parchan las debilidades de un sistema, cuando lo que debería cambiar son los pilares que sostienen ese sistema; mientras estos no cambien, las reformas serán obsoletas.

Como respuesta activa a esta incongruencia entre la manera en que las escuelas nos educan y la realidad, surgen algunos tipos de educación alternativa, como el homeschooling, el cual prescinde de la escuela y opta porque sean las madres o los padres quienes eduquen a sus hijos en casa, con la finalidad de crear una educación personalizada que tenga en cuenta los intereses y las capacidades del niño, para ayudarlo a descubrir sus talentos: en qué es bueno y qué lo apasiona, para que aprenda a desarrollar su creatividad.
Quienes optan por el HS afirman que de esta manera se genera un conocimiento más orgánico pues el mundo es un salón de clases, y una respuesta se da cuando la pregunta surja en la vida del niño, así se consigue un aprendizaje significativo, sin sacrificar el tiempo que tiene un niño para ser niño. Este tipo de padres no está preocupados porque sus hijos vayan a la universidad al cumplir 18 y sean productivos a los 22.
Cambiar el paradigma de la educación, dejar de mirar la escuela como un lugar que te prepara para salir al mundo adulto, a competir, quizá nos ayude a entender que los seres humanos no tenemos que vivir bajo la consigna de la ley de la selva, que entre nosotros no es necesario que el pez grande se coma al chico, porque el mundo es de todos, hay recursos suficientes para todos y tenemos derecho a acceder a ellos, porque ningún ser humano es más importante que otro.Si no has leído la edición de agosto de Central, también la puedes consultar en nuestra app para iPad.
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