Por: Nury Novelo
¿Italiano? ¿Alemán? Pudo haber nacido en Florencia y tener una enorme descendencia alemana, pero si algo representa a Pedro Friedeberg es su pasión por México y lo mexicano, la creatividad de sus artistas y la sensibilidad con la que su gente ha sabido apreciar la excentricidad de sus creaciones.
Además, en su tiempo como estudiante de la Universidad Iberoamericana conoció a Mathias Goeritz, quien además de ser su maestro y más grande mentor, fue el primero en darle un valor especial a su trabajo, después de haber sido rechazado una y otra vez por ir en contra de las formas convencionales de la década de los 50.
Y así, con el apoyo de Goeritz y el ingenio que lo caracteriza, Friedeberg decidió continuar con su carrera como artista y darle vida a lo que hoy muchos consideramos extraordinario.

Tener a este gran personaje viviendo en México y no conocerlo tan de cerca hubiera sido un pecado. Sí, a pesar de todos los comentarios y advertencias que giran en torno a su persona: “Es lo más sarcástico que existe, le chocan las entrevistas, su humor negro intimida a cualquiera...”
Pero como a Central le encantan los retos y los encuentros “complicados”, tocamos el timbre para confirmarlo. Todo empezó muy bien, el maestro Friedeberg nos recibió con una sonrisa en el rostro y portando un sombrero de ayas muy a su estilo, tal y como nos lo imaginamos.
La casa es definitivamente una galería viva, un museo con cuadros, esculturas, muebles llenos de color, tableros de ajedrez con piezas aladas, escaleras surrealistas, aviones y por supuesto la emblemática y muy original silla-mano; aunque él piense lo contrario: “Ni me pregunten de eso, qué aburrido, es una obra que ya está muy vista. Mejor les presento a Wikipedia, mi gatita, la expulsaron de la escuela porque es un poco tonta” (risas).

“Pero bueno, sigamos con lo importante, ¿quieren una copita de champagne?” Para el artista plástico, un día sin champagne o café y sin crear, es un día perdido. Ya que hablábamos de creaciones nos invitó a conocer su estudio en la parte de arriba de la casa, su lugar favorito y en el que más tiempo pasa imaginando y haciendo realidad sus ideas. En el centro del cuarto hay una mesa muy amplia llena de lápices con punta y sin punta, pinturas abiertas, cerradas e incluso secas, pinceles de diferentes grosores y claro, más de una taza de café sin terminar; porque como buen artista las madrugadas son su momento perfecto para dibujar.
Además, para ambientar el hogar se percibe un olor a incienso que recorre cada rincón y el tic-tac de un reloj antiguo de Dalí. “En esta casa no existen las tecnologías ni esas cosas raras, no tengo televisión, celular ni nada que haya sido inventado después de 1910”.
La parte de abajo de la casa se divide en tres salones. El primero, el Salón oval, que no tiene nada de ovalado y en el que guarda todos sus proyectos escultóricos. El segundo, el Salón de las miniaturas, en el que atesora más de 300 figuras de artistas mexicanos como José Luis Cuevas y Leonel Góngora. Y el tercero, la Galería, en el que difícilmente encuentras un espacio vacío.
Después de un recorrido divertido, interesante y muy al estilo Friedeberg, confirmamos lo que tanto se nos dijo… Pero sin duda nos queda claro que si no fuera por esa personalidad sarcástica y su tan peculiar sentido del humor, Pedro Friedeberg no sería ni la mitad del personaje que es hoy. Gracias maestro, por abrirnos las puertas de este espacio tan suyo y por hacer de esta entrevista un recuerdo para siempre.

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