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Una tumba para cantar

Por: Por ALBERTO BARRANCO CHAVARRÍA* Ilustraciones de MIGUEL FRANCO 02 noviembre 2020 • 3 minutos de lectura

El Día de Muertos en México tiene dos polos. Uno es la tradición festiva de la música en los panteones, las flores de cempasúchil y las catrinas sonrientes; el otro es la desgarradora realidad de 40 mil familias que aún no tienen el sosiego de un sepulcro al cual ir a llorar.

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Saturado hace décadas, el panteón de perros del kilómetro 18.5 de la carretera federal México-Toluca apresa aún, de vez en vez, el tronido festivo del mariachi, el ramo de rosas blancas, la dotación de croquetas, la vasija de mármol al pie de tumba. Y la lápida: “Nunca te olvidaremos, Pinky”…

Aunque a la idiosincrasia las calaveras le siguen pelando los dientes, y si me han de matar mañana, que me maten de una vez, total para morir nacimos, el valor lo otorga la certeza del boleto de regreso.

En Chiapas, al cajón de tablas renegridas se le colocan dos cadáveres, el del duelo y el de un perro que lo guiará por la vereda del reencuentro.

Ahí, en la lápida, en la cruz levantada a los nueve días, se instala la mesa: flores de cempasúchil, ollitas de mole, platos de frijoles, elotes asados, cigarros, tequila o mezcal… y canciones, muchas canciones.

Si el 31 de octubre se vela el retorno de los niños difuntos; el primero de noviembre, el de los adultos: las almas que vuelven a la fiesta familiar.

La tragedia se eterniza cuando no hay una tumba para llorar, para orar o, simplemente, para recordar. Ni esquelas, ni rosarios ni plañideras.

En el México violento, los cadáveres se sepultan en fosas clandestinas que afloran de pronto en la desesperación, huérfanas de las madres. Las “rastreadoras” les dicen a quienes salieron a la batalla desde el Fuerte, Sinaloa, Veracruz, Morelos, Tamaulipas, Michoacán… Si no hay pala, buenas son las uñas.

En el incierto de “levantones”, secuestros y aprehensiones ilegales, se contabilizan oficialmente 40 mil 108 desaparecidos en la última década, a cuyo drama se agregan nuevos ingredientes.

Los cuerpos que llegan a los depósitos forenses se envían a la fosa común sin expediente al calce. La estadística habla de 38 mil 891 muertos sin identificación.

Desterrada la dignidad, pisoteada la compasión, la delincuencia desmembra los cadáveres para desaparecer los pedazos en tambos de ácido. Al verdugo se le llama “pozolero”.

A la par de las “rastreadoras”, existen 35 colectivos y 40 organizaciones de padres, tíos, hermanos y abuelos en busca del consuelo de al menos una tumba.

A raíz de la desaparición de los 43 estudiantes normalistas en Iguala, Guerrero, los padres volvieron obsesión la búsqueda de tumbas clandestinas. Rascando aquí, rascando acá, ubicaron 26 de ellas… todas cercanas al epicentro del drama.

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A veces el crimen se ensaña con las propias madres, quienes en un coctel de obstinación y valentía, se convierten en activistas. Ya el plantón permanente con el retrato de la hija a manera de escapulario; ya el grito airado al funcionario indolente; ya los nombres de los presuntos responsables a la prensa.

Colocado México en el escaparate internacional del culto a los muertos; fija en el arte popular la imagen de la calavera garbancera que volvió catrina la magia de José Guadalupe Posada; inmersas en el colorido las calaveritas de azúcar, el pan de muerto y las flores de intenso amarillo, la Unesco declaró al escenario Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad.

El escaparate Disney filmó la película de dibujos animados Coco y James Bond llegó a México a recrear la tradición en la cinta Spectre.

La peregrinación anual a la bruma de San Andrés Mixquic, Tláhuac, se vuelve tumulto a la vista de los cirios de temblorosas luces amarillentas, los rebozos, los sombreros, las ollas de atole, los tamales, la guitarra y el canto festivo.

La celebración de los muertos.

El regocijo del regreso.

En la angustia lacerante de lo incierto, 40 mil familias de seres invisibles hurgan la tierra, rastrean depósitos de cadáveres en la ironía punzante de al menos una tumba para cantar.

* Alberto Barranco Chavarría es Embajador de México ante la Santa Sede y cronista de la Ciudad de México

** Texto del archivo de revista Central

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