La historia del drag como forma de expresión performativa tiene sus raíces en tradiciones teatrales antiguas, donde las convenciones de género eran desafiadas desde el escenario. En el teatro isabelino del siglo XVI en Inglaterra, las mujeres tenían prohibido actuar, por lo que los papeles femeninos eran interpretados por hombres, a menudo de manera estilizada y enfática. Este recurso escénico, aunque inserto en una estructura patriarcal, prefiguró ciertas formas del drag contemporáneo.
De manera paralela, en el teatro kabuki japonés del siglo XVII, los onnagata—actores masculinos que asumían roles femeninos eran admirados por su capacidad técnica y sensibilidad expresiva, encarnando una feminidad codificada y ritualizada.
En el siglo XIX, tanto en Europa como en Estados Unidos, el vaudeville y el teatro burlesque ofrecieron escenarios en los que el travestismo escénico se cargó de comicidad, crítica social y espectáculo. En estos espacios emergen formas embrionarias del drag moderno, donde la exageración de los géneros funcionaba como sátira y como liberación.

Durante las décadas de 1920 a 1940, en plena efervescencia cultural del Harlem Renaissance en Nueva York, emergen las drag balls, competencias performativas organizadas por comunidades afrodescendientes y latinas queer. Estos eventos fueron pioneros en la articulación del drag como una cultura queer autónoma, donde la expresión de género se liberaba de los mandatos normativos para transformarse en una estética de afirmación y resistencia.
A pesar de la constante persecución policial, estos espacios clandestinos florecieron como verdaderas incubadoras de arte, identidad y comunidad.
En los años 60 y 70, el drag adquirió un nuevo papel en el contexto del activismo LGBTQ+. Las revueltas de Stonewall en 1969, detonadas en gran parte por mujeres trans, drag queens y personas racializadas, consolidaron al drag como un vehículo político. Figuras como Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera simbolizaron la intersección entre estética performativa y lucha por los derechos civiles. En Latinoamérica, Europa y otras regiones, el espectáculo travesti también comenzó a tomar fuerza, aunque enfrentó una fuerte censura y persecución.

En la década de 1980, la cultura ballroom en Nueva York consolidó una nueva dimensión del drag, anclada en la colectividad y la creación de familia elegida. Las Houses, como la House of LaBeija, funcionaron como redes de cuidado, espacios creativos y comunidades de resistencia para personas LGBTQ+ excluidas por motivos de raza, clase o VIH/sida. El voguing, las competencias temáticas y el sentido de pertenencia dieron forma a una estética y ética que perdura hasta hoy. Este universo fue documentado en el influyente filme Paris is Burning (1990), que otorgó visibilidad internacional a sus protagonistas.
A partir de los años 90, el drag empezó a ocupar espacios en la cultura de masas. Películas como To Wong Foo o Priscilla, Queen of the Desert ofrecieron narrativas centradas en personajes drag, mientras que la llegada de RuPaul’s Drag Race en 2009 impulsó una transformación sin precedentes: el drag se convirtió en fenómeno global, exportado e imitado en múltiples lenguas y contextos. En paralelo, las escenas locales comenzaron a reclamar su identidad propia, desde el drag indígena en Canadá hasta la fusión con tradiciones folclóricas en América Latina.

En México, el drag se ha desarrollado como una mezcla de espectáculo popular, crítica social y acto de disidencia. Desde mediados del siglo XX, el travestismo apareció en los cabarets, el teatro de revista y el cine. Figuras como Francis García, mejor conocida como Francis, marcaron un parteaguas. Reconocida por su carisma y talento, Francis fue una de las primeras personas travestis con presencia regular en televisión nacional, abriendo un camino en un contexto marcado por la moral conservadora y la censura institucional.
Durante las décadas de 1970 y 1980, el drag mexicano fue parte del activismo en la sombra: aunque aún no se le nombraba como tal, su presencia en bares, escenarios nocturnos y espectáculos alternativos representaba una forma de resistencia ante un sistema represivo.

El fenómeno de las muxes en el Istmo de Tehuantepec representa una forma precolonial y no occidental de entender el género. El término muxe (del zapoteco muxe’, derivado de “mujer”) designa a personas asignadas hombres al nacer que adoptan roles de género femeninos o fluidos, insertándose socialmente como una categoría reconocida dentro de la cultura zapoteca.
A diferencia de la perspectiva binaria occidental, la existencia de las muxes se basa en una visión comunitaria de la identidad. Algunas se identifican como mujeres, otras como identidades no binarias. Su valor social radica en su participación activa: cuidan a sus madres, organizan celebraciones, trabajan en oficios como el bordado o la peluquería.
Festividades como la Vela de las Auténticas Intrépidas Buscadoras del Peligro, en Juchitán, celebran su identidad con música, danza y elegancia, combinando lo tradicional con lo contemporáneo. Hoy, muchas muxes utilizan plataformas digitales, el arte y el activismo para desafiar estereotipos y construir narrativas propias. Ejemplo de ello es la serie El Secreto del Río, que presenta a una actriz trans zapoteca como protagonista y a creadores indígenas en su equipo, cediendo el espacio a las voces que históricamente han sido silenciadas.

Zipolite: un territorio queer en la costa oaxaqueña
Más allá de una playa nudista, Zipolite es un símbolo de libertad y comunidad queer. Desde los años 70, ha sido refugio para quienes buscan vivir su identidad fuera de los moldes urbanos o normativos. En los últimos años, su atmósfera abierta y tolerante ha atraído a personas LGBTQ+ de todo el mundo, consolidándose como destino de encuentro y celebración.
En 2019 se celebró el primer Pride de Zipolite, una manifestación de orgullo no comercial, autogestionada y profundamente comunitaria. Con desfiles por la playa, fiestas, arte y expresiones drag al aire libre, Zipolite se ha posicionado como un epicentro de diversidad y autenticidad.
No te pierdas el Pride en Zipolite, Oaxaca los días 16, 17 y 18 de mayo de 2025, con una serie de colaboraciones nacionales donde la escena drag, musical y queer convivirán en libertad, arte y celebración.
Visita su Instagram oficial @naked_zipolite , y consulta el programa completo en su sitio web .
Fotografías por Renata Gerdes.
Lee más de “Diarios de viaje” de Alondra Mondragón aquí.
Suscríbete aquí a nuestro Newsletter para que estés al día con nuestros contenidos.