Cuando hablamos de soledad en el arte, es muy sencillo pensar en las obras de Edward Hopper, quien destacó por su estilo realista de los escenarios estadounidenses y de sujetos que sin mayor contexto son capaces de transmitir mucho significado.
A través de sus óleos y acuarelas, Hopper se ha hecho de un nombre en la historia del arte, siendo Nighthawks quizás su obra más reconocida y popular, y que mejor engloba algunos de los motivos más importantes en toda sus creaciones.
Sin embargo, detrás del pintor hay toda una historia de vida si bien no desconocida, no siempre referida. Edward Hopper fue un pintor privilegiado en el sentido que sus ambiciones artísticas fueron apoyadas por sus padres, aunque no por ello ajeno a la complicada vida de vivir del arte. También fue un pintor ejemplo, su viaje a Europa es regularmente mencionado, donde pudo conocer la escena artística y las corrientes que allí se gestaban a principios del siglo XX.
Un episodio menos citado sobre la vida de Hopper es precisamente su viaje a México.
En el verano de 1943, Hopper viajó junto a su esposa Josephine Nivison, después conocida como Josephine Hopper y comúnmente referida como “Jo” a México. Su primera parada fue la Ciudad de México, donde si bien pudieron conocer algunos de sus sitios más emblemáticos, no dispararon la labor creativa de Hopper.
Con pocos contactos locales, pero con una atinada sugerencia de la curadora Kathrine Kuh, el matrimonio viajó a Saltillo, Coahuila, sitio que sí quedó inmortalizado en las acuarelas del artista. En total, existen 12 obras de Hopper que fueron pintadas en territorio mexicano, de acuerdo con Alejandro Pérez Cervantes, autor del libro Edward Hopper en el Norte de México, en el cual Pérez indaga sobre este corto periodo en la obra del artista.
Regresando a ese verano de 1943, Hopper y Jo se hospedaron en el hotel Casa Guajardo y desde la azotea del lugar Hopper comenzó a trazar las 8 acuarelas que hoy le conocemos. Entre ellas se encuentra Saltillo Mansion, la cual se alberga en el archivo del MET de Nueva York y Saltillo Rooftops, de la colección del Carnegie Museum of Art, también en Nueva York.
Así durante dos meses, Hopper pintó desde dicha azotea, en principio la acuarela fue un medio más sencillo para pintar al aire libre, siendo una insignia de su producción en nuestro país. Estas obras mostraron algunos de los escenarios que le rodeaban, de allí se le conocen otras obras como Palms at saltillo y Sierra Madre at Saltillo. Sin embargo, su relación con esta ciudad era… complicada por así decirlo.
En una carta dirigida a Frank Rehn, comerciante de arte, Hopper escribió:
No obstante, la carta de Jo a Rehn dejó constancia de lo que la pareja experimentaba en este lugar:
Saltillo no sería el único lugar que visitaron ni que pintó, por ejemplo, antes de volver a Estados Unidos, la pareja conoció Monterrey. Años después en mayo de 1946, la pareja volvió a México, esta vez lo hicieron con su automóvil, incluso se dice que empezaron a aprender español, y aquí completó las siguientes acuarelas de Saltillo que se le conocen: Church of San Esteban, El Palacio, Roofs, Saltillo, y Construction in Mexico.
Pero algo está claro, los viajes de la pareja al país no habían concluido, ambos volvieron tres veces más y su último viaje lo harían en 1953. Además de Saltillo, también conoció Durango, Guanajuato y Oaxaca, donde también pintó el resto de las acuarelas conocidas.
A pesar de su tiempo en el país, lo cierto es que por lo menos estas acuarelas han palidecido frente a sus óleos que han probado ser más populares por lo menos en materia de exposiciones… a pesar de que han pasado por museos y casas de subastas hasta llegar a colecciones privadas.
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