Dirty Dancing fue toda una revolución en 1987, año de su estreno, llevó a Jennifer Grey al estrellato, sin embargo, las malas decisiones en cirugías estéticas le costaron su belleza y su fama en Hollywood.

En el año de los libros autobiográficos, la actriz famosa por las películas de los 90 compartió en una edición reciente el caos que vivió tras la terrible operación estética que le deformó el rostro, “tuve la sensación de ser completamente invisible”, aseguró.
El libro titulado Out of the corner (Fuera del Rincón, en español), recibió elogios por su gran valentía al hablar abiertamente sobre los arreglos estéticos de las celebridades, un tema que aunque la mayoría saben que se realiza, aún sigue siendo tabú hablar de ello.
La chica de Dirty Dancing había terminado, con su fama y su apariencia al instante siguiente de salir del quirófano.
Entré en el quirófano como una celebridad y salí como una anónima.
Tan desfigurado quedó su rostro que incluso las personas más allegadas a ella no la reconocían, y por si fuera poco, actuó en papeles secundarios después de eso, ningún protagónico tuvo a su alcance.
Tan lejos estuvo de lo que fue su fama con Dirty Dancing que la actriz llegó a pensar en cambiarse de nombre artístico para iniciar su carrera desde cero, sin embargo, esa idea desapareció cuando la culpabilidad por haber hecho esos cambios a su rostro le nublaron la mente, pues además, ya no se reconocía a sí misma.
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¿Qué puede haber de malo una cirugía estética? Para Grey todo. Y por más revelador que se lea su caso, su cambio drástico fue gracias a uno de los cambios estéticos más comunes del mundo, la rinoplastia.
“Me he pasado días, noches, meses y años preguntándome por qué mi carrera se ha hundido antes de darme cuenta de que quizá '¿por qué?’ no era la pregunta adecuada”, se lee en su libro.
Jennifer sostiene que tanto su madre como otras personas allegadas a ella le recomendaron por años modificar su nariz, perfilarla, una petición que nunca aceptó hasta que sucumbió ante la tentación de hacerlo, tras dejar de recibir propuestas de papeles protagónicos, la fama de Dirty Dancing había decaído y habría que revivirla.
A sus 29 años se sometió a su primera rinoplastia, y a sus 31 años, volvió a entrar al quirófano pero ahora para pulirse la punta de la naríz, una intervención que le transformó el rostro por completo.
“El ego nunca consigue satisfacerse del todo: cuando miro fotos de mí misma de joven me doy cuenta de que era hermosa pero no me daba cuenta porque me veía fea o gorda. Así que dentro de unos años miraré fotos actuales y sentiré lo mismo”, afirmó.
Su gran cambio le impidió volver a tener suerte en las producciones televisivas y del séptimo arte, un problema que se acentuó gracias a su baja autoestima y la desconexión de ella misma, pasando de la fama al anonimato.
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