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Le Marais: el barrio donde todo pasó (y sigue pasando)

Por: Lina Plancarte 23 julio 2025 • 8 minutos de lectura

Acompáñanos a recorrer uno de los barrios más cosmopolitas de Europa, donde se respira la historia, el buen gusto y la alta cocina: Le Marais.

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Le Marais: el barrio donde todo pasó (y sigue pasando)
Wikimedia Commons

¿Despertaste en París y no tienes plan? Acompáñame, vamos a caminar por Le Marais.

Pero antes, te cuento qué es Le Marais, además de ser uno de los barrios más populares de París (y de los más bonitos), antes era literalmente un pantano (incluso eso quiere decir el nombre) en la Edad Media todo esto era un terreno pantanoso entre dos brazos del Sena. Inhabitable, lodoso, olvidado por la ciudad. Pero claro, como todo en París, lo que empieza feo termina glorioso.

A partir del siglo XII, órdenes religiosas empezaron a instalarse aquí: monjes templarios, carmelitas, hospitalarios… cada quien con su convento y su jardín. Fue una zona de retiro, espiritualidad y silencio. Pero todo cambió en el siglo XVI, cuando la nobleza francesa, buscando alejarse del caos del centro, redescubrió Le Marais como el sitio ideal para construir sus mansiones. Así nacieron los hôtels particuliers: residencias privadas de familias aristocráticas, muchas de las cuales sobreviven hasta hoy.

julio 14, 2025 02:35 p. m. • 4 minutos de lectura

Con Enrique IV llegó la cereza del pastel: la Place Royale, hoy Place des Vosges, inaugurada en 1612 como el primer proyecto de urbanismo moderno en la ciudad. Fue también la primera vez que París se puso de acuerdo en cómo debía verse: todas las fachadas debían ser iguales, de ladrillo rojo con piedra blanca, techos inclinados y arcos simétricos. (si te fijas en los edificios que encuadran la plaza, los ladrillos son ligeramente diferentes, sí, por regla todos tenían que parecer iguales pero de acuerdo a sus ingresos, eligieron los materiales)

Pero París no es París sin revolución: En el siglo XVIII, Le Marais fue también territorio de pensadores ilustrados, de conspiraciones políticas, de duelos a la sombra de los tilos. En el XIX se volvió refugio de exiliados —españoles, judíos, comunistas, escritores—

Y en el XX, fue uno de los primeros barrios en ser “revivido” por artistas y diseñadores cuando París empezaba a mirar de nuevo hacia su historia.

Hoy Le Marais es uno de los únicos barrios del centro que no fue tocado por Haussmann. Eso significa calles angostas, casas asimétricas, esquinas torcidas y secretos en cada puerta. Un archivo vivo que sobrevivió a la modernización para contarlo todo con calma.

Le Marais: el barrio donde todo pasó (y sigue pasando)
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Primera parada: Saint-Paul-Saint-Louis

Sobre rue Saint-Antoine aparece esta iglesia barroca, la primera de su tipo en París. Construida por los jesuitas entre 1627 y 1641 para impresionar (y vaya que lo lograron), Saint-Paul-Saint-Louis tiene fachada monumental, columnas jónicas, relieves de mármol y una cúpula teatral que mira al cielo con intensidad dramática.

Tiene una cúpula central impresionante —algo poco común en París en ese momento—, que deja entrar luz justo sobre el altar mayor. El interior está lleno de símbolos jesuitas, también fue una iglesia pionera en integrar el poder del sonido, con grandes órganos y coros posicionados para amplificar el eco.

Aquí oficiaron misas Luis XIII y Luis XIV. Y aquí también, aunque nadie lo diga en voz alta, se siente el eco del duelo de un padre e ícono de Le Marais. De los cinco hijos de Victor Hugo, Léopoldine era su favorita. La educó como si fuera personaje de una de sus novelas: le leía en voz alta, le escribía cartas, le dedicó poemas. A los 19 años, recién casada, murió ahogada en el Sena junto a su esposo. Hugo estaba lejos. La noticia lo devastó. No volvió a escribir durante años.

Cuando finalmente lo hizo, fue para dedicarle uno de sus poemas más tristes: Demain, dès l’aube…, una elegía caminada, contenida, donde cada verso es una piedra sobre la tumba de su hija.

En 1847, Victor Hugo mandó colocar aquí —en esta misma iglesia— una urna con una bala de cañón, símbolo de los conflictos que marcaron su vida, de su duelo personal por Léopoldine, y de su eterna fascinación por las ruinas, el paso del tiempo y la memoria.

Segunda parada: Rue Charlemagne

Después de la intensidad barroca de Saint-Paul-Saint-Louis, tomas rue Saint-Paul, doblas a la izquierda… y de pronto, todo se achica. El bullicio desaparece y te metes en Rue Charlemagne, una callecita estrecha, empedrada, con nombre de emperador y aire de túnel del tiempo.

Antes de que te cuente en qué fijarse, breve recuerdo histórico: hubo una época en que la ciudad de París estaba encerrada en murallas, varias veces, de hecho. Hubo al menos cuatro murallas, la romana que rodeaba Lutecia (el nombre original de la ciudad), la de Philippe Auguste en el siglo XIII que tenía hasta fosos, la de Carlos V quién también construyó un castillo en la Bastilla y los Fermiers Généraux, que no servía para proteger sino para cobrar impuestos que hizo enojar tanto a los franceses, que ayudó a encender la Revolución Francesa.

Regresemos a Rue Charlemagne, en esta calle vas a encontrar restos de la muralla de Philippe Auguste, esta calle es uno de esos pocos rincones donde la Edad Media no se siente reconstruida, sino viva.

Si la muralla queda a tu izquierda, a la derecha junto al liceo hay una fuente, que no era solo decorativa, sino que servía para suministrar agua potable a los vecinos, probablemente conectada al canal de l’Ourcq, hoy ya no funciona pero es otro recordatorio de la antigua París.

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Tercera parada: Temple du Marais

A tan solo unas calles de ahí, sobre la calle de Saint Antoine, se levanta El Temple du Marais, que oficialmente se llama Temple de l’Oratoire du Louvre, es hoy una iglesia protestante, pero su historia es súper interesante: fue sede templaria, convento católico, símbolo de resistencia protestante y claro, testigo de exilios e incendios.

Durante el siglo XVIII se vuelve el templo de moda entre la altísima aristocracia, por lo que obvio, en 1792 el templo fue confiscado, desmantelado y cerrado por la Revolución Francesa. Y es hasta la llegada de Napoleón que se firma el Concordato que regula las prácticas religiosas y le entrega el templo a la Iglesia Protestante Reformada de Francia.

Le Marais fue, durante siglos, un lugar de refugio: para los judíos, para los hugonotes, para los exiliados, para los que no cabían en la norma. Y el Temple du Marais condensa esa historia de resistencia silenciosa. No tiene la teatralidad de Saint-Paul-Saint-Louis, pero su sobriedad guarda un archivo de luchas, fuegos y sobrevivencias.

Cuarta parada: Place des Vosges

Es la plaza más antigua de París, inaugurada en 1612 para celebrar el matrimonio de Luis XIII y Ana de Austria, y diseñada como una declaración de orden, simetría y poder. Imagínate: 36 pabellones idénticos, fachadas de ladrillo rojo, piedra blanca, techos de pizarra inclinados… Todo alrededor de un jardín geométrico con fuentes, árboles recortados y bancas.

Pero detrás de esa armonía casi escandalosa hay historias que valen el chisme.

1. La casa de Victor Hugo

En el número 6, está el departamento donde vivió Victor Hugo de 1832 a 1848. Aquí escribió parte de Los Miserables y Ruy Blas, y recibió a medio París intelectual y político. La casa —ahora museo gratuito— conserva mobiliario, retratos, cartas, bocetos y hasta los manuscritos corregidos por él mismo.

Lo mejor: desde sus ventanas, veía la misma plaza que tú puedes ver hoy.

¿Y por qué vivía aquí? Porque para un escritor que quería escribir sobre injusticias, revoluciones, fantasmas y el alma humana… nada mejor que hacerlo desde un barrio que ya lo tenía todo.

Le Marais: el barrio donde todo pasó (y sigue pasando)
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2. Las cocinas secretas del Orient Express

Este dato es uno de mis favoritos: en los subterráneos de uno de los hoteles discretos alrededor de la plaza —se dice que en el Pavillon de la Reine— estuvieron las cocinas de la Compagnie Internationale des Wagons-Lits, los mismos que operaban el mítico Orient Express.

Desde ahí se diseñaban, probaban y enviaban los menús que después se servirían en los trenes más lujosos del mundo, como el París-Estambul. Imagina: foie gras, consomés, vinos finos y postres hechos en Le Marais, viajando sobre rieles a través de Europa.

No era solo un tren: era un restaurante rodante, y aquí, bajo tierra, se decidía su carta. Entonces cuando estés caminando por la plaza, fíjate muy bien en el piso, vas a encontrar una especie de rieles desde donde salían los carritos llenos de comida hacia las estaciones de tren.

Siguiente parada: Hôtel de Sully

Estás caminando por la Place des Vosges, te metes por un pasaje discreto a la derecha (como pista, es una puerta roja en una esquina)… y de pronto: ¡boom! Aparece esta joya arquitectónica del siglo XVII como si hubieras abierto una puerta secreta al pasado.

Construido entre 1625 y 1630 por Jean Androuet du Cerceau, el Hôtel de Sully fue primero la residencia de un banquero muy adinerado, pero lo que le dio su nombre —y su fama— fue Maximilien de Béthune, duque de Sully, ministro de Enrique IV, que lo compró poco después para vivir con toda la pompa que exigía la aristocracia.

Es un hôtel particulier, es decir, una mansión urbana diseñada para lucirse, pero sin salir de París, con fachadas de piedra ricamente decoradas, techos de pizarra súper empinados con mansardas, y relieves que muestran alegorías del tiempo, estaciones y virtudes, finalmente, el jardín interior es una maravilla escondida: cuando cruzas la entrada principal, entras en un patio tranquilo, perfectamente simétrico, buenísimo para huir de los turistas, el ruido y hasta para leer un ratito.

En el siglo XIX estuvo a punto de desaparecer por completo. Pasó por manos privadas, cayó en deterioro y casi se lo tragó el olvido. Pero en 1944 fue clasificado como monumento histórico y restaurado con cariño casi quirúrgico. Hoy alberga el Centre des Monuments Nationaux, pero lo mejor: puedes cruzarlo a pie.

Última Parada: Rue des Rosiers

Desde la Edad Media, el barrio judío de París se asentó en esta zona. De hecho, en el siglo XIII ya se le conocía como el Pletzl y era uno de los pocos espacios donde los judíos podían vivir relativamente en paz. En 1394, Carlos VI expulsó oficialmente a los judíos de Francia, y Rue des Rosiers quedó en silencio por siglos. Pero con el paso del tiempo —y tras múltiples regresos— la comunidad resurgió. Para el siglo XIX, era ya un centro vibrante de la vida judía, con sinagogas, talleres de costura, panaderías y escuelas religiosas.

Durante la Segunda Guerra Mundial, la Gestapo hizo redadas sistemáticas en el barrio. Hoy, placas con sus nombres aparecen en varias fachadas del Marais. Verlas detiene la caminata. Y sin embargo, la comunidad resistió. Después de la guerra, se sumaron nuevos migrantes judíos sefardíes del norte de África —argelinos, marroquíes, tunecinos— quienes trajeron consigo nuevas recetas, acentos y celebraciones. Así, el Marais judío se volvió doblemente diverso.

Le Marais: el barrio donde todo pasó (y sigue pasando)
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El tour termina en este barrio porque Rue des Rosiers es famosa por su falafel. El más icónico: L’As du Fallafel. Una ventanita siempre con fila, donde sirven pita caliente con falafel crujiente, repollo, hummus, berenjena frita y salsa picante. Una verdadera delicia, puedes pedirlo para llevar y seguir recorriendo las callecitas de Le Marais o sentarte a hacer una de mis actividades favoritas: el arte del people watching.

julio 22, 2025 08:06 p. m. • 7 minutos de lectura

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