Bienestar

Momento cumbre

Por: Daphne Ibarguengoytia 10–10–2025 • 3 minutos de lectura

Cuando logramos desprendernos del deseo, la vida nos ofrece un regalo inesperado. No porque dejemos de desearlo, sino porque aprendemos a sostener el deseo con calma y sin urgencia

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Caspar David Friedrich, La Luna saliendo a la orilla del mar, 1822. / Wikimedia Commons

Habíamos organizado todo para llegar puntuales. Nos dijeron que en esa costa la puesta de sol era deslumbrante, de las mejores del mundo, un espectáculo que, además, en ese mes del año era impresionante. Viajaba con dos amigas, y planeamos el día en torno a ese momento, a las 7:30 debíamos estar en el sitio porque a las 8 empezaba el atardecer. Una pareja que habíamos conocido el día anterior nos explicó como llegar, era un lugar único que casi nadie conocía desde donde se podía ver la puesta de sol alejadas de los turistas.

Pero cuando viajas con amigas ajustarse a los tiempos siempre resulta complicado, así que se nos hizo tarde y llegamos corriendo, muertas de calor. Según las instrucciones, había que caminar 15 minutos para llegar al lugar. A nuestro paso, había carritos improvisados vendiendo nieves y vino helado de la región. Dudé en comprar uno, pero la prisa me impidió pararme. A medida que caminaba la idea de ver el atardecer disfrutando de un vino helado se me fue antojando más y más, y cuando decidí comprarlo ya no encontramos más vendedores.

El camino para llegar a la punta era largo... Entre el cansancio y el calor, pensé en regresar a comprar ese vino que tanto estaba deseando, pero no sabía cuánto faltaba y no quería perderme del momento.

septiembre 26, 2025 07:08 a. m. • 3 minutos de lectura

De pronto, el camino se abrió y encontramos este lugar mágico: un acantilado escondido y solitario donde el mar parecía hablar solo para nosotras. Había un claro desde donde se veía el horizonte en todo su esplendor. El rumor del mar sonaba más fuerte, y el cielo, todavía azul, ya dejaba asomar los primeros tonos dorados. Era evidente que ese era el sitio, el escenario perfecto para la puesta de sol que tanto nos habían prometido. Sentarse ahí era como ocupar un palco invisible en el teatro de la naturaleza.

El lugar era irreal, el momento casi perfecto, el sol todavía no tocaba el agua y según mis cálculos me daría tiempo de ir a conseguir esa bebida que a este punto ya se me hacía imprescindible para hacer el instante perfecto. Mis amigas coincidieron conmigo así que me ofrecí para ir en la búsqueda del elixir que completaría la experiencia.
Comencé a caminar y al voltear hacia donde estaban mis amigas, ya instaladas y disfrutando de la vista, entendí que, por completar la experiencia con ese vino, estaba arriesgando lo esencial: perderme el momento que había perseguido todo el día.

Entonces regrese, no podía poner en juego ese momento por algo que quizá ya no encontraría y además, nunca había sido el objetivo.

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Unsplash

Así que me senté, resignada y un poco frustrada con la sensación de que hacía falta algo y el arrepentimiento de no haberlo comprado en su momento, cuando de pronto apareció un hombre, salido de la nada, cargando una hielera anunciando a viva voz:

—¡Nieves! ¡Vino helado!

No necesité moverme, ni forzar nada. Lo que deseé llegó hasta mí, hasta ese rincón solitario de la montaña. Y llegó porque era lo que tenía que suceder, así era como tenía que vivir ese instante. Si yo me hubiera ido a buscarlo, estoy segura de que hubiera perdido el momento y no hubiera encontrado el vino.

septiembre 12, 2025 07:04 a. m. • 3 minutos de lectura

Lo que parece una anécdota boba y muy simple se convirtió en una lección que sigo recordando. Cuántas veces corremos detrás de lo que creemos indispensable, tan concentrados en conseguirlo que olvidamos lo que realmente importa. Estar presente, desear sin poner en riesgo lo esencial, confiar en que lo que necesitamos llegará a su tiempo, y no condicionar la perfección de un instante con algo más, es algo que no podemos perder de vista.

No se trata de abandonar los deseos, sino de darles su lugar sin que se conviertan en obsesión. El presente siempre tiene más riqueza de la que imaginamos, pero pide una condición: no cambiarlo por otra cosa. Y cuando conseguimos estar ahí, en ese instante –en esa costa dorada, viendo cómo el sol se hundía en el mar–, todo fluye de manera inesperada, casi mágica.

Podría parecer un vino cualquiera, pero para mí fue la confirmación de algo más profundo: cuando logramos desprendernos del deseo, la vida nos ofrece un regalo inesperado. No porque dejemos de desearlo, sino porque aprendemos a sostener el deseo con calma y sin urgencia.

El cielo se tiñó de naranjas y violetas, el mar parecía encenderse desde dentro, y en mi mano, helada, estaba la bebida que tanto había deseado. La disfruté doblemente: no solo por su sabor, sino por la lección que traía consigo y porque así tenía que disfrutar de ese atardecer. Y con la copa –de acrílico– en la mano, les dije a mis amigas: esto es lo que mi mamá llamaría: un momento cumbre.

agosto 29, 2025 06:11 a. m. • 3 minutos de lectura

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