Cultura

San Lucas, un rito de identidad

Por: Alondra Mondragón 21 junio 2025 • 4 minutos de lectura

Es la memoria que camina, baila, y resiste en cada paso del vaquero.

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Alberto Pacheco Cruz

En San Pedro Ixtlahuaca, cuando octubre se acerca a su fin y el sol cae con un resplandor dorado sobre las milpas, el tiempo se abre como una flor antigua. Las campanas suenan distinto, la tierra respira hondo, y del cerro bajan sombras largas con sombreros de historia. No son hombres cualquiera: son los viejos mayores, danzantes del recuerdo, guardianes de un rito que no ha cedido al olvido.

La comunidad se viste de cempasúchil y banda, de pan y polvo, de risas pícaras y rezos entre dientes. Allá arriba, donde el monte se encuentra con el cielo, aún se busca al toro salvaje como si en sus ojos brillara el espíritu de la tierra. Y aunque los años traigan sequía y cambio, el corazón del pueblo late firme bajo la máscara de los viejotes, entre los piropos del alba y los albures de la noche.

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Colectivo Cozobi

Es San Lucas quien convoca. Pero es el pueblo quien se nombra a sí mismo en la procesión, en el baile, en el palo encebado que sube como un grito hacia el cielo. La fiesta no es solo celebración: es un baile de identidad, un ritual que se renueva cada año, como se renuevan los mayordomos, los ajuares, la fé y la memoria. Aquí se baila para no olvidar.

Cada 18 de octubre, en San Pedro Ixtlahuaca, Oaxaca, el tiempo se detiene y se abre un umbral entre lo humano y lo sagrado. Las calles, los cerros, la comunidad entera se transforman en un escenario ritual donde se representa algo más profundo que una celebración religiosa: se baila una danza ancestral de memoria, resistencia y renovación.

La legitimación del poder político y social
La legitimación del poder político y social / Colectivo Cozobi

La historia inicia en lo alto del cerro, cuando los viejos mayores, acompañados por los caporales y otros personajes, emprenden una marcha simbólica y exigente. Deben capturar dos toros salvajes para ofrecerlos en sacrificio, alimentando con ellos al pueblo. La travesía es larga, el camino agreste, y por ello se visten con sombreros amplios y ropajes que cubren todo el cuerpo, como protección de la maleza y las espinas del monte. Al encontrar a los animales, se forma un gran ruedo: allí, entre gritos y danza, los toros son bajados del cerro. “¡Mira, ahí vienen los viejos, están bailando la danza del vaquero!”, exclama el pueblo.

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El baile del vaquero / Alberto Pacheco Cruz
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En tiempos de sequía, como ocurrió en una ocasión recordada, los toros Lúcido y Gamito no fueron sacrificados. En su lugar, se ofreció “la gachupina”, una pequeña vaquita, símbolo potente de resistencia a la colonización. Este acto, sencillo pero cargado de historia, resignificó el rito: la fiesta no sólo rememora, también se adapta y denuncia.

fiesta de san lucas, Los viejos y caporales van toreando la “vaquita”.
Los viejos y caporales van toreando la “vaquita”. / Alberto Pacheco Cruz

Hoy en día, los toros son portados por dos niños de apenas diez años. El gesto subraya la transición generacional y abre paso a una interpretación moderna de la mayordomía: cuidar al ganado y a la comunidad como un acto de renovación, desde el ruedo hasta la fe.

La mayordomía, piedra angular del ritual, no es solo una estructura organizativa. Es un pacto con el pasado y el futuro. El mayordomo saliente, quien asume el peso económico y simbólico de la festividad, entrega al entrante la bandera con la imagen de San Lucas, símbolo de continuidad y compromiso. A su lado, personajes clave sostienen el orden de lo sagrado:

  • El Viejo Mayor, con sombrero de Sahuayo y máscara ancestral, cumple las órdenes del Licenciado, figura que organiza y cronometra cada etapa del ritual.
  • La Madrina, portadora de poder simbólico, entrega collares de pan, azúcar y plátano macho, además de rosarios, a las autoridades del pueblo.
  • Los Caporales, jóvenes de traje y penacho, representan la vitalidad, la elegancia e incluso la superficialidad de la juventud.
  • Los Viejotes, sabios y juguetones, lanzan piropos, ríen, alburean, recordando que la sabiduría no está reñida con el gozo.
Los viejos mayores redactan un oficio que presentan al mayordomo
Los viejos mayores redactan un oficio que presentan al mayordomo / Alberto Pacheco Cruz

La fiesta cobra vida en las calles de San Pedro Ixtlahuaca. El santo es colocado en una ermita adornada con un arco de flores, pan de marquesote, piñas y su propia imagen. Frente a él se erige el palo encebado, cubierto con cera y grasa calentadas en casa del mayordomo. El acto de levantarlo al anochecer es un momento de comunión y valentía. Un voluntario trepa el palo; los viejos mayores le aplican tres latigazos rituales, no como castigo, sino como prueba de entrega.

Durante la noche, centinelas custodian al santo. Si alguno se duerme, el castigo es claro: colgarse simbólicamente del palo encebado. Aquí, la autoridad no recae en figuras civiles, sino en los viejos mayores, guardianes del orden sagrado. El ritual impone su propio sistema de justicia y jerarquía.

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Pialasos y palo encebado. / Alberto Pacheco Cruz

El lunes, la comunidad entera se congrega en torno al ruedo. Más de 400 personajes bailan con el mayordomo. No es una simple danza: es un acto de purificación y renovación espiritual. El día cierra con un banquete colectivo donde se sirve coloradito con arroz y tortillas. Los asistentes, orgullosos, estrenan vestimentas nuevas: es una pasarela de identidad y resistencia.

Es el cierre del ciclo, pero también una promesa de continuidad.

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Reliquias / Alberto Pacheco Cruz

Al día siguiente, el santo regresa a la iglesia. La bandera cambia de manos. La gachupina se quema por última vez. Ocho días después, el palo encebado es bajado. Todo se detiene. Todo se renueva.

La fiesta de San Lucas es un acto de resistencia cultural, un diálogo entre los que fueron, los que son y los que vendrán. Cada máscara que se coloca, cada paso que se baila en el ruedo, cada flor colocada a los pies del santo, es una declaración de existencia: “aquí estamos, seguimos danzando, seguimos creyendo, seguimos siendo comunidad”. Frente al olvido y la homogeneidad global, este pueblo responde con música, fuego y cuerpo. La memoria no se archiva en libros: se llora con cempasúchil y se renueva con sudor. Aquí, la cultura no sobrevive: florece.

Reverencia
Colectivo Cozobi

Fotos: Colectivo Cozobi, Proyecto ganador “Calendario de Fiestas, Rituales y Ceremonias de México 2022" Mayordomía de San Lucas Evangelista, por Ulises Lopez y Alberto Pacheco Cruz.

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