Bienestar

El boomerang inesperado

Por: Daphne Ibarguengoytia 20 junio 2025 • 3 minutos de lectura

Las acciones no se borran con el olvido, y las palabras dichas con descuido pueden sembrar una espina que emerge –tarde o temprano– en una forma de revancha.

Compartir:

boomerang inesperado

/ Getty Images

Todo parecía alineado: la oferta perfecta, la ilusión del regreso, la casa ideal. Hasta que un eco antiguo –uno que ni siquiera recordaba– cambió el rumbo.

Antes de mudarme a la casa donde estoy ahora, vivíamos en un condominio que mi familia y yo disfrutamos mucho. Fueron años felices, llenos de amigos que seguimos frecuentando. Tan feliz fue ese tiempo, que ahora que empieza a vaciarse el nido, mi esposo y yo decidimos poner nuestra casa en renta para volver a aquel lugar tan significativo para nosotros.

Había dos departamentos disponibles, así que hicimos una propuesta para rentar el departamento 1. La dueña la aceptó. Todo marchaba bien, hasta que, poco antes de firmar contrato, el corredor me informó que la propietaria decidió de último momento no rentar su departamento.

Me extrañó, pero no desistí. Hice otra oferta, esta vez por el otro departamento disponible. El proceso avanzó casi hasta el final. Y entonces, de nuevo: la decisión se revertía sin explicación clara.

Dicen que cuando los semáforos se ponen en rojo, es momento de buscar calles donde haya luces verdes. Eso hice. Pero el enigma quedó flotando.

boomerang inesperado luces rojas
Unsplash
junio 06, 2025 09:03 a. m. • 3 minutos de lectura

Días después, en una reunión de vecinos de aquel condominio, me enteré de lo que realmente había pasado: la administradora del condominio había intervenido con ambos propietarios –que no me conocían– para disuadirlos de concretar las operaciones.

Entonces recordé haber discutido con ella un par de veces hace más de diez años por temas que, a mi juicio, fueron triviales. En ambas ocasiones, ella se opuso a que realizara cierta acción, pero al someter el asunto a votación, los vecinos respaldaron mi postura. Esto dio origen a un rencor que guardó durante todo este tiempo. Lo suficiente para usar su posición de poder para detener mi regreso.

Esto me ha hecho pensar en muchas cosas. Qué frágil es la memoria cuando sólo recuerda lo que le conviene. Tal vez, en mi afán de tener la razón, no vi el gesto arrogante, o prepotente que impuse ante ella, no percibí cómo mis palabras o mi actitud pudieron herir. No recuerdo haber sido grosera ni injusta, pero evidentemente su vivencia fue distinta.

Es fácil pensar que somos las víctimas cuando las cosas no salen como queremos. Pero la verdad no es tan sencilla. También fui responsable. Porque las acciones no se borran con el olvido, y las palabras dichas con descuido pueden sembrar una espina que emerge –tarde o temprano– en una forma de revancha.

Me asombró descubrir cuánto puede durar un rencor. Diez años para guardar un juicio, para sostener una herida, para construir una narrativa propia que termina en una estrategia silenciosa, pero contundente.

lanzando un boomerang

/ Getty Images

Las intenciones no siempre coinciden con el impacto que generamos. Y no siempre somos tan inocentes como nos gusta creer. Qué importante es hacernos responsables de nuestros hechos y nuestras palabras. De los juicios que emitimos. De las etiquetas que ponemos. De cómo usamos las posiciones que ocupamos… y quizá lo más difícil: hacernos responsables también de lo que no supimos mirar.

Y así como es importante cuidar nuestras propias acciones, también es vital aprender a procesar las que recibimos. La integridad no está sólo en lo que hacemos, sino también en cómo elegimos responder al daño que otros nos causaron.

Las palabras pueden reparar o destruir. El poder puede proteger o castigar. Y cada decisión que tomamos –por pequeña que parezca– tiene consecuencias. A veces, diez años después.

Hoy me quedo con lo que me toca. Con lo que pude haber hecho distinto que en ese momento no supe ver. Pero no dejo de pensar en lo que otros también hacen con lo suyo. En cómo cada palabra, cada gesto, cada elección, si no se trabaja y sana, puede reverberar como un boomerang inesperado.

Al final, no se trata de culpables ni de venganzas. No hay víctimas ni victimarios absolutos. Hay seres humanos, a veces inconscientes, a veces heridos, casi todos imperfectos. Pero todos tenemos un poder que debemos ejercer con inteligencia y, sobre todo, con empatía: el poder de elegir la forma en la que damos y la forma en que recibimos.

mayo 23, 2025 02:35 p. m. • 3 minutos de lectura

Lee más de Esquinas del tiempo de Daphen Ibargüengoytia dando clic aquí.

Suscríbete aquí a nuestro Newsletter para que estés al día con nuestros contenidos.

X