Cultura

¿Es peligroso mojarse o acaso Jane Austen era demasiado dramática?

Por: The Conversation 06 julio 2025 • 6 minutos de lectura

En las novelas de Jane Austen mojarse tras una lluvia es un recurso que precede al romance, pero... ¿que tal real era la preocupación en la época?

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La primera vez que Marianne Dashwood es sorprendida por un chaparrón Willoughby la rescata pronto y ella solo tiene que recuperarse de un esguince de tobillo. / Captura de pantalla de la película ‘Sentido y sensibilidad’.

Por Ana Fernandez Mosquera , Universidade de Vigo

Han pasado más de 250 años desde su nacimiento y seguimos leyendo a Jane Austen . Sus novelas se reinventan con cada nueva mirada que las interroga desde el presente. Más allá del amor, los bailes y las herencias, esconden capas que solo el tiempo –y una lectura atenta– permite descubrir. Ahí es donde brilla la elegancia de su ironía.

Siempre me ha fascinado cómo representa el cuerpo y la salud de sus personajes. En todas sus novelas hay referencias al estado físico, a dolencias o a consejos sobre el bienestar. La palabra salud aparece más de cien veces en sus seis obras clásicas . No son descripciones médicas al uso, pero sí muestran una sorprendente precisión y coherencia narrativa.

¿Y si el verdadero dramatismo de Austen no estuviera en el romance… sino en el resfriado?

julio 18, 2024 12:16 p. m. • 5 minutos de lectura

¿Por qué le interesa a Jane Austen la enfermedad?

Entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, la enfermedad formaba parte de la vida cotidiana . Sin antibióticos ni anestesia, cualquier dolencia podía volverse grave. La medicina se basaba en teorías como el desequilibrio de los humores, y los tratamientos incluían sangrías, tónicos y purgas. Los médicos, boticarios y curanderos existían y convivían, pero muchos cuidados –especialmente en el caso de las mujeres– se daban en casa. Las infecciones eran frecuentes y los hospitales, un último recurso.

La naturaleza, el aire fresco, el reposo y los baños eran centrales en las recomendaciones sanitarias . Jane Austen aconsejaba ejercicio diario, contacto con la naturaleza y una dieta moderada como claves para una buena salud . Apreciaba los paseos al aire libre y desconfiaba de los tratamientos médicos excesivos. Sus cartas reflejan un enfoque práctico y equilibrado del bienestar físico y mental.

Se cree que, en 1815, cuando fue a cuidar a su hermano, probablemente se infectó de tuberculosis. Eso degeneró en una infección renal y finalmente en la enfermedad de Addison , de la que en ese momento no se sabía nada. Todavía hay algún debate sobre la causa de su muerte : si fue esa enfermedad , un linfoma, un cáncer de estómago o incluso un envenenamiento… aunque eso lo dejamos para las teorías más conspiranoicas.

La amistad de Jane Austen con el médico de su hermano le dio buena base para hablar de dolencias con precisión: en sus novelas abundan los catarros, el reuma y, cómo no, las temidas mojaduras.

¿Pero qué hay del riesgo real de caminar bajo la lluvia inglesa? En Reddit no faltan debates sobre si la alta fiebre que sufrió Marianne Dashwood en Sentido y sensibilidad después de salir a pasear en pleno chaparrón (aguacero) fue mala suerte o puro dramatismo. Porque sí, tanto Jane Bennet –en Orgullo y prejuicio – como Marianne acaban enfermas tras mojarse… y esta última se queda a las puertas de la muerte. ¿Advertencia sanitaria o recurso narrativo made in Austen?

jane bennet estornudando en orgullo y prejuicio
La señora Bennet envía a Jane a casa de su pretendiente en un día que amenaza lluvia calculando que tal vez su hija coja un catarro y tenga que quedarse allí unos días… / IMDB
julio 18, 2023 01:51 p. m. • 3 minutos de lectura

En el contexto del siglo XIX, una mojadura no era un asunto menor. Hoy sabemos que no causa por sí misma un resfriado , pero en aquella época se creía que el enfriamiento del cuerpo podía desencadenar enfermedades graves. Esta preocupación tenía fundamento: sin acceso a antibióticos ni tratamientos eficaces, una infección respiratoria leve podía evolucionar fácilmente en una bronquitis o una neumonía potencialmente mortal. Por eso, las narraciones de la época solían tratar estas situaciones con una carga dramática que, lejos de ser exagerada, respondía al temor real a las consecuencias de una simple exposición al frío y la humedad.

William Buchan, en su célebre Domestic Medicine –un manual médico que empezó a circular en 1769 y que se reeditó durante todo el siglo XIX– lo tenía claro: el clima británico era un problema de salud pública. Según él, no había otro lugar donde el tiempo cambiara tanto y tan rápido como en Gran Bretaña. Y esas variaciones, decía, eran algunas de las principales causas de resfriados, porque interrumpían la transpiración del cuerpo.

Buchan insistía especialmente en el riesgo de quedarse con la ropa mojada. No solo por el frío, que ya era un problema en sí mismo, sino porque la humedad podía “penetrar” en el cuerpo y agravar la situación. Incluso las personas más fuertes podían enfermar: fiebres, reumatismos y dolencias graves se volvían algo común, también entre jóvenes sanos.

Claro que Buchan no pretendía que nadie dejara de salir de casa por miedo a mojarse. Pero sí recomendaba actuar con rapidez: cambiarse de ropa cuanto antes o, si no era posible, al menos mantenerse en movimiento hasta secarse. Lo que no se debía hacer nunca –y sin embargo mucha gente hacía– era sentarse en el campo o, peor aún, dormir con la ropa empapada. Para él, era una receta segura para enfermar.

elizabeth bennet en orgullo y prejuicio secando su pelo
Elizabeth Bennet sabía que si la pillaba el agua era urgente secarse rápido. / IMDB
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La enfermedad como recurso literario

Estas enfermedades también reflejan muchos condicionantes sociales y de género que afectan a las mujeres. En la literatura, la enfermedad se convierte en una herramienta para que los personajes femeninos llamen la atención, expresen vulnerabilidad o incluso resulten más atractivos en su fragilidad. Enfermedades y accidentes pueden irrumpir en sus vidas y cambiarlo todo, a veces para siempre.

En el siglo XIX, muchas mujeres fueron diagnosticadas con la llamada “enfermedad inglesa” , un término que englobaba síntomas vagos como fatiga, ansiedad , insomnio o melancolía . Servía sobre todo para reforzar los estereotipos de fragilidad femenina. Austen retrata distintos matices de este mal: los “nervios” teatrales de la señora Bennet –en Orgullo y prejuicio–, la pasión desbordada de Marianne Dashwood, la melancolía silenciosa de Anne Elliot –protagonista de Persuasión – o la palidez resignada de Jane Fairfax –en Emma .

Mary Elliot, en Persuasión, recurre a dolencias fingidas para llamar la atención o evitar responsabilidades como el cuidado de los niños. Sus quejas –dolores de cabeza, fatiga, indisposición– resultan poco creíbles tanto para los personajes como para el lector. Austen critica con ironía esta “enfermedad ficticia”, típica de ciertos sectores acomodados donde el aburrimiento y el egocentrismo se disfrazaban de malestar físico. Esta mirada ciertamente crítica nace también de su experiencia personal cuidando a su madre , cuya salud era frágil y variable.

¿Entonces Marianne Dashwood casi muere por un simple chaparrón… o Austen la pone al borde de la muerte para cambiarle el destino? En sus novelas, enfermedades y accidentes no solo generan drama: también alteran el rumbo de los personajes. Louisa Musgrove, en Persuasión, se golpea gravemente y eso abre paso a otro pretendiente. Jane Bennet se resfría tras cabalgar bajo la lluvia y su convalecencia acerca a Elizabeth, su hermana, al señor Darcy. En las tramas, la fiebre a menudo precede al giro romántico.

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El segundo aguacero que recibe Marianne Dashwood es mucho más grave y la coloca a las puertas de la muerte. / Prime Video
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Una metáfora corpórea

En el mundo de Austen, el cuerpo no solo enferma: también habla.

A través de fiebres, desmayos o catarros, sus novelas dan forma a emociones reprimidas, tensiones de clase y desigualdades de género. La enfermedad funciona como metáfora de lo que cambia, duele o simplemente no puede decirse en voz alta. Austen no miraba el malestar desde fuera: lo conocía, lo vivía y lo convertía en literatura. Sus personajes sufren, pero también resisten.

Y siguen hablándonos hoy, con una lucidez que no caduca. Como escribió con su ironía intacta, en una carta de 1816: “Estoy razonablemente bien hoy… lo cual es más de lo que esperaba”. Quizá no se refería solo al cuerpo. En todo caso, cuidado con mojarse. O no; tal vez un buen chaparrón nos cambie la vida.

Ana Fernandez Mosquera , Doctora en Filología Inglesa. Oficina de Proyectos Internacionales de Investigación, Universidade de Vigo

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation . Lea el original .

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