Romina Argüelles fue reconocida recientemente con el Premio Sommelier de la Guía MICHELIN México 2025 , un galardón que no solo celebra su conocimiento y sensibilidad, sino también su pasión por interpretar miradas, contar historias líquidas y crear vínculos desde el vino.
Su primer acercamiento fue íntimo y emocional. Recuerda las comidas familiares donde su abuelo, su tío y su madre —todos amantes del vino— compartían momentos alrededor de la mesa.

“Mi mamá nació en Sonora, en Sonora claro que no hay ningún proyecto interesante de vino, pero cuando se mudaron a la ciudad y yo nací aquí, eran como estas comidas que juntaban a todos. Todos son mexicanos, pero sí les gustaba probar distintos vinos”. Esa convivencia sembró una curiosidad que, años después, se convertiría en vocación. Pero lo que más la atrapa hoy es ese momento en que alguien busca algo muy específico… y ella logra ofrecérselo.
“Ese instante en que sus ojos se encienden y dicen: ‘¡Sí, esto era lo que buscaba!’, es fascinante. Ahí se confirma que el vino tiene que ser compartido. Es lo más bonito de mi trabajo”.
Una intérprete de gestos, silencios y emociones
Romina encuentra emoción en leer a los demás. Para ella, ser sommelier es también ser un poco psicóloga: interpretar gestos, posturas, silencios.
“Aunque no digan nada, a veces la mirada o el gesto, o cómo mueven la boca dice mucho. Para mí es un reto de: ‘yo voy a encontrar lo que necesitas’”.
Su perfil de clientes es diverso. Desde jóvenes de 30 a 40 años curiosos, hasta adultos con paladares definidos o incluso personas mayores de 70 con ganas de seguir explorando. También ha notado la tendencia entre jóvenes a evitar el alcohol, y por eso ofrece opciones como té espumoso sin alcohol para quienes quieren vivir la experiencia desde otro ángulo.
La hospitalidad no termina en servir un vino. Escuchas historias, celebras momentos, acompañas decisiones
Romina también se apasiona por contar lo que hay detrás de cada etiqueta: “Me gusta mucho conectar por el lado de los productores. Poder contar qué significa esta botella que está en tu mesa, y que te la vas a tomar muy contenta… pero que necesitó de años para estar ahí”.
Conectar al cliente con el alma del producto —el trabajo del productor, el terroir, el tiempo— es una parte esencial de su oficio.

Una carrera que nació tarde, pero con fuerza
Aunque hoy es reconocida por MICHELIN, Romina no descubrió su talento a los 17 años. Su camino fue otro. Estudió hospitalidad y trabajaba en hoteles boutique con atención personalizada.
Durante la pandemia, ese camino se truncó. Pero uno de sus clientes la invitó a integrarse a un proyecto de vinos. Fue ahí, en una cena de bienvenida donde abrieron seis botellas, que algo se reveló:
“En ese momento fue de ‘wow, esto me apasiona’, porque era como estar jugando a descubrir notas. Lograba identificar lo mismo que personas con años de estudio. Era algo fascinante”. Su sentido del olfato, muy desarrollado desde niña (al punto que su mamá la regañaba por oler todo), se convirtió en su herramienta más poderosa.
Mi mamá se reía porque yo olía todo de niña. Me decía: ‘¿Por qué tienes que oler todo?’ Ahora ya vio que tenía sentido
Plonk: un proyecto con corazón
Hoy Romina trabaja en
Plonk
, un bar de vinos que comparte con la chef Flor Clamorlinga. Para ella, es un proyecto con alma.
“Me gustaría que Plonk esté muy estable en el mercado, que sea de esos lugares que cuando la gente viene a la ciudad, visite luego, luego. Que sigamos en listas, que logremos más reconocimientos, y que el programa de vinos funcione igual esté yo o no esté yo en el piso”. Vender vino no es solo recomendar: es escuchar, acompañar y convertirse en parte de la historia del otro.
“A veces me cuentan cosas como: ‘Estamos embarazados y este fue el primer lugar al que quisimos venir’. Eso me hace sentir parte de sus historias”.
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