Antes de que el café fuera solo una bebida para despertar, fue escenario de ideas que sacudieron al mundo. Aquí no venías solo a pedir un capuchino: venías a conspirar, escribir, discutir, amar, exiliarte o fundar revoluciones. Mesas con historia, humo con memoria, y meseros que fueron testigos de todo.
Los cafés que han hecho historia
1. Café La Habana (Ciudad de México)

En la esquina de Bucareli y Morelos hay un café que huele a tinta, a tabaco, a pólvora vieja y a nostalgia bien servida. Se llama Café La Habana y, aunque por fuera parece cualquier lonchería de la Juárez, por dentro tiene mesas donde se ha escrito la historia.
Se dice porque todo buen lugar necesita un gran chisme que le acompañe, que aquí, entre café cargado y humo de puro, dos muy jóvenes idealistas, Fidel Castro y el Che Guevara planearon parte de la Revolución Cubana. Literal. En la década de 1950, antes de embarcarse en el Granma, se sentaban en estas mesas a discutir rutas, estrategias y a esperar discretamente la hora de cambiar el mundo. Vivían cerca, en la Tabacalera, y este era su cuartel informal. Los meseros, dicen, no preguntaban mucho.
Pero no solo eran ellos. En esa época, La Habana era punto de encuentro de periodistas, escritores, espías, bohemios, comunistas y exiliados españoles. Cualquiera que tuviera algo que decir venía aquí.
Octavio Paz , Gabriel García Márquez y hasta Bolaño pasaron por aquí. Los detectives salvajes, de hecho, tiene un café inspirado en este lugar donde todo se hablaba en voz baja, pero con intensidad.
Hoy sigue abierto, con sus sillas metálicas, su café negro y uno o dos meseros con algo que contar.
2. Café Tortoni (Buenos Aires)

/ Getty Images
Fundado en 1858 por un inmigrante francés, el Tortoni es el café más antiguo de Buenos Aires y un verdadero ícono porteño. A lo largo de más de un siglo fue hogar de artistas, políticos, músicos y bohemios de todas las épocas.
Imagínate a Carlos Gardel afinando versos, Alfonsina Storni escribiendo entre sorbos de café, la Generación del 37 imaginando un país completamente nuevo. Jorge Luis Borges escribió aquí. Federico García Lorca se sentó aquí. Y sí, hasta Albert Einstein pasó por sus mesas cuando visitó Argentina en los años 20.
Pero su corazón más profundo es político-literario: en los años 20 y 30 funcionaba un sótano secreto donde se reunían artistas, poetas, periodistas y agitadores de ideas. Ahí nació la Peña del Tortoni, una especie de club intelectual subterráneo donde se debatía de todo: desde estética y filosofía hasta comunismo, represión y noticias del exilio.
Y mucho antes, a fines del XIX, este café fue territorio de los herederos de la Generación del 37, que soñaban con una Argentina ilustrada, liberal y moderna.
3. Café Central (Viena)

/ Getty Images
Si alguna vez hubo un café donde podías cruzarte con medio siglo XX, fue este. El Café Central de Viena abrió en 1876 y se convirtió en el corazón palpitante de lo que después se conocería como “la Viena dorada”. Aunque en realidad, más que dorada, era peligrosamente brillante: ahí se sentaban la filosofía, el psicoanálisis, la revolución y el exilio a tomar café, jugar ajedrez y discutir el destino del mundo.
Los grandes fanáticos de este rincón del paraíso eran: Sigmund Freud, Leon Trotsky , Adolf Hitler, Joseph Stalin, Stefan Zweig, Ludwig Wittgenstein… Todos pasaron por aquí. Algunos escribían tratados. Otros trabajaban manifiestos. Unos soñaban con cambiar el mundo o a lo mejor con arrasarlo.
Trotsky, cuentan, venía casi a diario. Se sentaba con su melange, leía la prensa y pensaba en Rusia. El escritor Karl Kraus decía que en el Central no sabías si estabas en una cafetería… o en una bomba de tiempo. Y no exageraba: en esas mesas se escribieron manifiestos, se tramaron exilios y se fundaron traumas del siglo. El Café Central fue el salón de ensayo del futuro.
Hoy sigue abierto, con sus vitrales, columnas y piano de fondo. Se puede pedir un strudel, un melange vienés, y mirar a través de los espejos altos como si nada. Si visitas Viena pronto, hazlo un must. Nunca sabes qué vas a encontrar.
4. Caffè Greco (Roma)

/ Getty Images
Abierto desde 1760, está justo en Via dei Condotti, al ladito de la Plaza de España, y ha sido desde siempre ese lugar donde uno se sienta no tanto a tomar café… sino a pertenecer.
¿Por qué? Porque por estas mesas pasaron Goethe, Lord Byron, Keats, Stendhal, Wagner, Casanova, Hans Christian Andersen, Liszt, y más tarde, Orson Welles, Pasolini, Capote, Moravia y medio panteón cultural europeo.
Era el refugio de los expats melancólicos del siglo XIX, los artistas románticos que venían a Roma a morir de belleza y escribir cosas muy dramáticas al respecto. Lord Byron, por ejemplo, solía sentarse en una esquina a escribir poemas de amores rotos y decadencias gloriosas. Keats, enfermo y trágico, venía desde su casa a ver pasar la vida con una mezcla de morfina y espresso. Goethe escribía cartas sobre cómo el café romano le ayudaba a entender mejor a Italia.
Pero el Greco no solo fue testigo del romanticismo: en el siglo XX lo tomaron por asalto los cineastas, escritores y existencialistas. Pasolini venía a observar. Truman Capote a hablar de más. Moravia a incomodar a todos. Y mientras el mundo ardía en guerras y películas en blanco y negro, el café seguía ahí.
Hoy es una cápsula del tiempo, con paredes tapizadas de cuadros, vitrinas con reliquias, meseros que saben demasiado y si alguna vez quieres tomar un café con los fantasmas de medio mundo cultural europeo, aquí es.
5. La Closerie des Lilas (París)

París tiene muchos cafés famosos, pero si tu fantasía es sentarte donde Hemingway escribía con hambre, donde Sartre debatía sobre la nada y donde la vida era más interesante en tinta, entonces hay que ir a La Closerie des Lilas.
Abierta desde 1847 y ubicada en el Boulevard du Montparnasse, esta brasserie se volvió leyenda no solo por su menú, sino por quiénes la ocuparon. En su terraza o en sus mesas de mármol se han sentado Apollinaire, Verlaine, Picasso , Lenin, Modigliani, Sartre, Simone de Beauvoir, Henry Miller, Anaïs Nin, y por supuesto, Ernest Hemingway, quien escribió parte de The Sun Also Rises ahí, y dijo que era su café favorito “porque nadie lo molestaba”.
La Closerie era todo menos tranquila: aquí se hablaba de política, de arte, de amores mal resueltos y, a veces, se resolvían a balazos. Dicen que Modigliani retó a duelo a un crítico en este mismo lugar.
Durante los años 20 y 30, el lugar fue epicentro de la bohemia parisina, ese mundo de escritores expatriados, poetas franceses, mujeres peligrosas, jazz en vivo y alcohol que parecía no acabarse nunca. Era el París de la generación perdida y de los primeros existencialistas. El de las madrugadas que olían a absenta, Gauloises y máquina de escribir.
Hoy sigue ahí, con manteles blancos, pianista en vivo y platos con nombres de escritores. La silla de Hemingway está marcada. Y si pides un espresso, puede que te toque una mesa con placa dorada.
6. Caffè Florian (Venecia)

Si los cafés fueran teatros, el Florian sería una ópera barroca. Fundado en 1720 bajo las arcadas de la Piazza San Marco, es el café más antiguo de Europa –y probablemente el más dramático–. Desde sus inicios fue un lugar de encuentro para artistas, nobles, cortesanas y revolucionarios disfrazados de dandis.
Todo en el Florian es una puesta en escena. Y sin embargo, en medio de ese esplendor, pasaban cosas importantes. Rousseau escribía sobre libertad mientras Venecia aún era una república caída. Lord Byron llegaba en góndola y hablaba de política entre versos escandalosos. Casanova, en plan exiliado, tomaba chocolate caliente mientras planeaba su regreso. Goethe observaba todo con cara de juicio. Proust venía en busca del tiempo perdido entre vitrales, y Dickens tomaba notas para sus novelas entre aristócratas decadentes.
Pero no solo pasaban artistas: durante el Risorgimento, el movimiento de unificación italiana, el Florian fue punto de reunión de patriotas venecianos. Cuando la ciudad estaba ocupada por Austria, aquí se organizaban tertulias políticas disfrazadas de debates sobre pintura. El arte era excusa; la independencia, el verdadero tema.
Hoy, sigue abierto, con su orquesta en vivo, sus camareros de chaqueta blanca y ese capuchino que cuesta lo que un almuerzo en otro lado. Da igual. Porque tomarse un café aquí es entrar en la historia por la puerta más elegante.
Los cafés no solo sirven espresso, también han servido revoluciones, poemas, manifiestos, encuentros clandestinos, partidas de ajedrez y rupturas amorosas. Fueron trincheras con meseros, redacciones improvisadas, refugios del exilio, clubes de intelectuales y, a veces, simples rincones donde alguien decidió cambiar el mundo entre sorbo y sorbo.
Suscríbete aquí a nuestro Newsletter para que estés al día con nuestros contenidos.