Olvídate por un momento de tu manera favorita de beber café, piensa en el café como lo que realmente ha sido por siglos: una bebida sospechosa, subversiva, y a veces un poco maldita. Tan poderosa que fue prohibida por sultanes, odiada por reyes, adorada por revolucionarios y explotada por imperios.
Porque sí: antes de ser tu ritual mañanero, el café fue acusado de incitar al pensamiento, al caos, al deseo. Fue cultivado con esclavitud, adulterado con tinta, perseguido por hereje. En cafés se planearon golpes de Estado, se fundaron partidos políticos y se escribió poesía clandestina.
¿Y por qué tanto escándalo por una semilla tostada? Porque el café no es inocente. Nunca lo fue. En su historia se cruzan la religión, la ciencia, la paranoia, el colonialismo, la poesía y la censura. Así que si creías que el café era solo esa cosa que te despierta, agárrate. Acá te vamos a platicar todo lo que este elíxir un día fue.
La Meca: café, poesía y paranoia
Cuenta la leyenda que un pastor llamado Kaldi estaba pastoreando con sus cabras en las tierras altas de Etiopía cuando notó algo extraño: después de comer ciertos frutos rojos, las cabras se pusieron hiperactivas, Kaldi llevó los frutos a un monasterio cercano. Los monjes los tostaron, los hirvieron, y voilá: nació el café.
Los monjes se convierten entonces en los narradores del siguiente chisme cafetero. Siglo XV, montañas de Yemen. Se preparaban para recitar el dhikr —una práctica espiritual sufí que consiste en repetir los nombres de Dios, frases del Corán o alabanzas de forma rítmica, a veces cantada— durante horas y horas. Pero conforme avanzaba la noche y el cuerpo comenzaba a flaquear, decidieron tomar aquella feliz sustancia. No era lo que conocemos hoy, sino una especie de caldo fuerte, amargo, funcional. Solo servía para mantener la mente despierta y el corazón concentrado en lo divino.
Y funcionaba tan bien que pronto salió del monasterio: llegó a las plazas públicas, a los mercados, a las ciudades… Se convirtió en la bebida de los intelectuales, los jóvenes, los artistas, los chismosos, los poetas, los herejes, los enojados con el sistema. Como explica Ralph Hattox, autor de Coffee and Coffeehouses: The Origins of a Social Beverage in the Medieval Near East,
El café había comenzado a usarse hacía relativamente poco tiempo… y a principios del siglo XVI, había dejado de lado las reuniones sufíes y se había trasladado a instituciones donde el énfasis estaba en el placer.

Y ahí es cuando entra Khair Bey (o Khayr Beg, según la transliteración), gobernador otomano de La Meca en 1511. Un hombre con sed de control y terror a lo que podía pasar si el pueblo se organizaba. Al enterarse de que el café era la bebida preferida de todos esos grupos con ideas y ganas de cambio, se asustó. Y actuó. Lanzó una campaña moralista: el café alteraba el cuerpo, el alma, los humores, y lo más grave, incitaba al pecado. Con eso vinieron la censura y la prohibición: cierre de cafés, confiscación de granos, quemas públicas de café, amenazas a comerciantes… the usual.
Pero el karma no tarda cuando se mete con la cafeína. El sultán se enteró del desastre, lo mandó llamar, lo enjuició por corrupción y lo mandó ejecutar.
Punto histórico para el café.
El consejo de ulemas (los sabios islámicos) deliberó con seriedad y concluyó que el café no solo era permisible: era beneficioso, porque ayudaba a la devoción, no al pecado. Desde entonces, el café quedó protegido por la fe … y listo para conquistar el mundo.
Suecia: el país que prohibió el café cinco veces y aun así perdió la batalla
Y nos trasladamos a la Suecia del siglo XVIII. Nieve, frío, oscuridad. La gente necesita algo que la mantenga despierta, activa, feliz. ¿Y qué encuentran? El café. La bebida caliente perfecta. Energizante, sabrosa, social. Se vuelve moda entre las élites. Los nobles lo sirven en tazas de porcelana, las mujeres lo beben en tertulias, los intelectuales lo adoptan como su nuevo vicio.
Y, como pasó en el Imperio Otomano, los reyes entraron en pánico.
El escándalo lo comenzó Federico I, que en 1746 decidió que la situación ya se había salido de control y estableció un impuesto absurdo al café. Después confiscó las tazas de porcelana, porque en su cabeza: si no tienes dónde tomarlo, ¿cómo le vas a hacer? Ooooobvio la gente siguió bebiendo café. A escondidas, pero ahí estaban. (Si hay algo que se nos da mal como humanidad son las prohibiciones).
Entonces, diez años después, cansados de la rebeldía, prohíben el café de plano. Ni vender, ni comprar, ni tomar. Se convierte oficialmente en contrabando. Hay redadas, escondites, reuniones clandestinas… etcétera, etcétera, etcétera.
Y luego llega el verdadero protagonista de este drama: Gustavo III, el rey más extra de Suecia. Subió al trono en 1771 y tenía la paranoia prendida. Estaba convencido de que el café era peligroso, inmoral, dañino para el cuerpo y corruptor del alma. Pero Gustavo no quería solo prohibirlo, ya se había dado cuenta de que eso no servía para nada, no señor. Él quería probarlo científicamente. Así que armó un experimento médico:
Tomó a dos prisioneros condenados a muerte y les perdonó la vida… con una condición: Uno debía tomar café todos los días . El otro, té… Y a ver cuál se moría primero.
¿Y qué pasó? Lo contrario a lo que esperaba:Los dos prisioneros vivieron muchísimo. Pero entre los dos, el que bebía café vivió más.
Y porque la vida está llena de ironías y diversión: los dos médicos encargados del experimento murieron antes que los presos. E incluso… El propio rey Gustavo III.
Segundo punto histórico para el café.

Vietnam: tinta, tierra y robusta que no era tan robusta
En la década de 1990, Vietnam vivió su boom cafetalero. Pasaron de ser productores locales a convertirse en el segundo mayor exportador de café del mundo. Una historia de éxito, ¿no? Pero como nunca podemos tener nada bonito, no fue taaaanto así.
Mientras todos aplaudían el milagro económico, en algunas zonas del país empezó a pasar algo rarísimo. El café era cada vez más oscuro, más denso, más “intenso”... pero no sabía igual. Y peor: no olía igual. Algunos lotes venían con un aroma raro, medio químico, medio a marcador escolar.
Y ahí fue cuando explotó el escándalo.
En 2018, la policía vietnamita hizo una redada en una planta cafetalera de Dak Nong, y lo que encontraron parecía sacado de un laboratorio de villano: polvo de baterías trituradas, tinta negra industrial, cáscaras de café quemadas… y un líquido espeso que nadie quiso oler dos veces.
¿La razón? Oscurecer café barato, que en realidad eran cáscaras, tierra o restos molidos, para que pareciera robusta premium. Y venderlo, carísimo, al mercado local y extranjero.
Lo grave fue que no era un caso aislado. Otros productores fueron sorprendidos mezclando polvo de piedra, tierra, harina de maíz y soya, todo para inflar el volumen y mantener el “sabor fuerte” que tanto se esperaba del café vietnamita . ¿Y lo peor? Muchos de estos productos se vendían en supermercados y cafeterías pequeñas, bajo marcas que juraban ser 100 % café puro.
Y mientras tanto, en Instagram… La locura del Vietnamese coffee ya había explotado globalmente. El café con leche condensada, el de huevo, el de filtro metálico, el de goteo… todos los foodies lo amaban. Pero muchos de esos cafés, en Vietnam, venían de mezclas adulteradas.
No sabemos a quién le corresponde este punto histórico…

Europa: conspiraciones, masculinidad en crisis y mujeres “demasiado libres”
A ver, pero una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa: pensar vs. hablar. Y lo que más le molestó a Europa en el siglo XVII fue esto: el café estaba cambiando el comportamiento de la gente.
Y eso, para las autoridades, era un problema.
En Inglaterra, los cafés eran la novedad absoluta . Había más de 3,000 en Londres. Y no eran lugares tranquilos. Como parece ser el común denominador con el café, ahí se hablaba de política, religión, ciencia, chismes del Parlamento. Un periodista de la época los llamó “las universidades del pueblo”. Imagínate el pánico.
El escándalo arrancó en 1674 cuando apareció un panfleto titulado “The Women’s Petition Against Coffee”, donde un grupo de esposas denunciaba que el café había vuelto a sus maridos “tan infértiles como los desiertos de donde se dice que proviene esa desdichada semilla.” Según ellas, el café los hacía más intelectuales que viriles. Se pasaban el día en los cafés, discutiendo, filosofando… y olvidando sus deberes conyugales.
Pero, ojo: ni siquiera está claro que lo escribieran mujeres. Como explica el historiador Steve Pincus, es probable que la sátira fuera escrita por hombres con la intención de desacreditar a los cafés, que por entonces eran vistos como focos de descontento político. De hecho, un año después, el rey Carlos II intentó prohibirlos.
No por la impotencia, claro, sino por la revolución que se bebía en cada taza.
Hay algo maravilloso en este chisme cafetero : todavía puedes consultar en Internet el panfleto original, con todo y sus reclamos. Entre ellos:
Beben agua turbia y murmuran notas insignificantes hasta que media docena de ellos balbucean más que nosotras en chismes.
Y eso, para algunos, era el verdadero pecado.
¿Punto para el café? Punto… confuso. Yo diría que sí, pero lo dejo en tus manos.
In 1674, the Women’s Petition Against Coffee claimed the beverage was turning British men into “useless corpse[s]” and proposed a ban on it for anyone under the age of 60. pic.twitter.com/N4VKiaBVc4
— Mental Floss (@mental_floss) March 13, 2023
Así que la próxima vez que alguien diga que el café solo sirve para despertarte… cuéntale que también ha sido culpado de revoluciones, impotencia, conspiraciones políticas, adulterios químicos, paranoia monárquica y hasta de hacer hablar de más. Y aun así, o justo por eso, sigue siendo nuestro compañero fiel de rituales mañaneros, de juntas eternas, de insomnios creativos y, claro, para no perder la costumbre… de chisme.
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