Sandra Fernández es una de las sommeliers más reconocidas en México. Tiene el mayor número de certificaciones y premios internacionales del país, pero no se queda ahí. Su misión va más allá: formar nuevas generaciones y elevar el nivel de profesionalización en el mundo del vino.

Todo comenzó con una clase con su mentora Karen McNeill (autora de The Wine Bible). Mientras cataba un Jerez, a Sandra se le empezaron a salir las lágrimas. Ese aroma la llevó de vuelta a la casa de sus abuelos españoles. Se acordó del azafrán de la paella, del olor de los muebles antiguos, del vino en sus vasos. Ese momento lo cambió todo.
“Me encontraba catando, oliendo copas y sacando lágrimas de mis ojos… y en ese momento dije: ¿qué está pasando?”.
Ahí supo que el vino tenía un poder emocional enorme. Y también, que quería entenderlo a fondo.
Entre la emoción y la objetividad
Sandra tiene claro que catar vino no puede basarse solo en emociones. “Me obligué a vivirlo menos emotivamente y llevar la emoción a la razón”, explica.
Para ella, un vino bien hecho puede no gustarte, pero debes ser capaz de reconocer su calidad. “Es cuando logras separar lo emocional de lo técnico, que puedes darle voz a otros proyectos. Aunque no te encanten, si están bien hechos, lo merecen”.
Ese es el criterio que, según Sandra, define a un sommelier profesional: la capacidad de ir más allá del gusto personal.
La presión de ser referente
A diferencia de hace 20 años, hoy Sandra carga con la responsabilidad de ser un modelo a seguir. Muchos le dicen: “Estoy en esto por ti”.
Lejos de relajarse, eso la hace más exigente. Ahora busca delegar más, formar liderazgos nuevos, y darse permiso de tomar vacaciones o trabajar más a distancia. También planea pasar un tiempo fuera del país junto a su esposo. Eso sí, sin dejar de lado su compromiso con la industria.
Ser sommelier no solo es arte. Es una profesión que se hace con alma, cerebro y corazón

El cambio climático, el vino y el futuro
Sandra habla también de los cambios que vive la industria. Por un lado, el impacto del cambio climático en la producción de vino; por otro, la tendencia a consumir menos alcohol.
“El vino cero —sin alcohol— es la respuesta más reciente”, dice. Antes fue el vino natural, que recupera prácticas ancestrales y apela a lo sustentable. Hoy se está formando un nuevo paladar que busca eso.
Le preguntamos cómo ve el futuro de los sommeliers en México. Cree que hay entusiasmo, pero falta profesionalización.
“El entusiasmo no me preocupa. Lo que me preocupa es cómo lograr que esto se profesionalice. Porque una cosa es el oficio: servir, catar, hablar de vino… y otra, la profesión, que implica liderazgo, finanzas, formación de equipos, ética, responsabilidad”.
Hoy, muchos toman un curso y quieren abrir una empresa. Pero, ¿saben de administración, de impuestos, de gestión?
Para Sandra , ser sommelier va mucho más allá de una certificación. “No todo es saber servir bonito. Eso es lo mínimo indispensable”.
Ella ha abierto camino para muchos y sigue haciéndolo con la misma pasión del primer día. Hoy, su mirada está puesta en el futuro: en formar líderes que no solo sirvan vino con elegancia, sino que entiendan la profundidad de su oficio. Porque el vino, como ella, se transforma con el tiempo, pero nunca pierde su esencia.
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